Me van a permitir que en este folio les embauque y les confunda. Me
gustaría hablarles de los cumpleaños y también de la última novela de
Marsé.
No hace mucho me comentaban que era una buena costumbre
felicitarse en el cumpleaños, pero no unos a otros, eso es lo habitual,
sino felicitarse a uno mismo, hacerse un pequeño o gran homenaje, sin
sustituir lo que les salga de dentro de los prójimos, y seguir el estado
de ánimo de cada cual.
Es verdad que no hacen falta grandes
gastos ni autoinvitarse a un crucero, sino simplemente darse un
capricho; pero no comparto estas celebraciones a plazo fijo porque
suelen traer aparejados recuerdos, acontecimientos que poca alegría
atraen, van asociados a personas y vivencias que en pocas ocasiones
reconforta recordar, es más, los regalos asociados a los recuerdos traen
a remolque culpas, desgracias, el propio destino. Seguramente los
jóvenes actuales tampoco tendrán un gran recuerdo de sus cumpleaños,
puede ser que el año que llegó la ansiada consola en medio de una fiesta
en casa, como siempre o, si son más jóvenes, en la fiesta en la
pizzería, después del cine. Lo normal es que el recuerdo del paso del
tiempo te lleve a la nostalgia y a los recuerdos compulsivos. Aquí es
donde entra Caligrafía de los sueños, la última novela de Marsé.
Evidentemente no tengo la certeza, pero sí la convicción, de que las
retrospecciones de Marsé, su memoria vital grabada con martillo y cincel
en las páginas de sus novelas enmarca sus ficciones y nos obliga a
refrescar nuestra memoria, nuestros cumpleaños inmediatos, o nuestro
imaginario más próximo formado a golpes y desengaños acompañados de sus
primeros personajes, desde Pijoaparte o Teresa hasta hoy. Comentando ya,
les diré que el mismo Marsé se reconoce en el personaje que a mediados
de los cuarenta centra la novela, Ringo tiene quince años y se nos
presenta como habitante casi perpetuo en el bar de la señora Paquita,
allí ensaya tecleando sobre la mesa las partituras de piano que ya no
puede tocar porque su familia ya no puede seguir pagando las lecciones.
En esa taberna del barrio de Gracia, se nos muestra la historia de amor
entre Vicky Mir y el señor Alonso: ella, una mujer madura, masajista de
profesión, fantasiosa e idealista; él, un hombre mayor resultón que
empezó sus visitas para curarse un pie y ha acabado formando parte del
escenario doméstico. Allí viven junto a Violeta, la hija de la señora
Mir, hasta el domingo fatídico en el que Vicky se echa a las vías de un
tranvía intentando un suicidio imposible y patético, mientras el señor
Alonso desaparece para no volver. Lo único que queda de él es una carta
que prometió escribir y que Vicky estará esperando y deseando hasta la
locura, mientras Violeta se luce por el barrio, rechazando admiraciones e
indiferente a los halagos.
Ringo -Marsé- recrea su vida,
escucha, lee, y finalmente empezará a escribir las palabras de lo que
será un relato. La vida de Ringo y la historia de los amantes se cruzará
y allí aparecerán las razones de las tristes caligrafías, de los
tristes cines, de la triste ciudad y su triste periferia, de triste
futuro. Marsé reconoce sus cumpleaños y sus tristes recuerdos.
Seguramente
no sea la norma y ustedes puedan disfrutarlo felices, pero recuerden
aquel otro relato de Luis Sepúlveda, Historia de una gaviota y del gato
que le enseñó a volar, en el que se nos cuentan las fatigas de los gatos
encargados de la custodia de un huevo de gaviota y de enseñar a volar
al poyuelo que nacerá. Solo vuela el que se atreve a hacerlo.
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