09 agosto 2011

Cumpliendo años con Juan Marsé

Me van a permitir que en este folio les embauque y les confunda. Me gustaría hablarles de los cumpleaños y también de la última novela de Marsé.

No hace mucho me comentaban que era una buena costumbre felicitarse en el cumpleaños, pero no unos a otros, eso es lo habitual, sino felicitarse a uno mismo, hacerse un pequeño o gran homenaje, sin sustituir lo que les salga de dentro de los prójimos, y seguir el estado de ánimo de cada cual.

Es verdad que no hacen falta grandes gastos ni autoinvitarse a un crucero, sino simplemente darse un capricho; pero no comparto estas celebraciones a plazo fijo porque suelen traer aparejados recuerdos, acontecimientos que poca alegría atraen, van asociados a personas y vivencias que en pocas ocasiones reconforta recordar, es más, los regalos asociados a los recuerdos traen a remolque culpas, desgracias, el propio destino. Seguramente los jóvenes actuales tampoco tendrán un gran recuerdo de sus cumpleaños, puede ser que el año que llegó la ansiada consola en medio de una fiesta en casa, como siempre o, si son más jóvenes, en la fiesta en la pizzería, después del cine. Lo normal es que el recuerdo del paso del tiempo te lleve a la nostalgia y a los recuerdos compulsivos. Aquí es donde entra Caligrafía de los sueños, la última novela de Marsé. Evidentemente no tengo la certeza, pero sí la convicción, de que las retrospecciones de Marsé, su memoria vital grabada con martillo y cincel en las páginas de sus novelas enmarca sus ficciones y nos obliga a refrescar nuestra memoria, nuestros cumpleaños inmediatos, o nuestro imaginario más próximo formado a golpes y desengaños acompañados de sus primeros personajes, desde Pijoaparte o Teresa hasta hoy. Comentando ya, les diré que el mismo Marsé se reconoce en el personaje que a mediados de los cuarenta centra la novela, Ringo tiene quince años y se nos presenta como habitante casi perpetuo en el bar de la señora Paquita, allí ensaya tecleando sobre la mesa las partituras de piano que ya no puede tocar porque su familia ya no puede seguir pagando las lecciones. En esa taberna del barrio de Gracia, se nos muestra la historia de amor entre Vicky Mir y el señor Alonso: ella, una mujer madura, masajista de profesión, fantasiosa e idealista; él, un hombre mayor resultón que empezó sus visitas para curarse un pie y ha acabado formando parte del escenario doméstico. Allí viven junto a Violeta, la hija de la señora Mir, hasta el domingo fatídico en el que Vicky se echa a las vías de un tranvía intentando un suicidio imposible y patético, mientras el señor Alonso desaparece para no volver. Lo único que queda de él es una carta que prometió escribir y que Vicky estará esperando y deseando hasta la locura, mientras Violeta se luce por el barrio, rechazando admiraciones e indiferente a los halagos.

Ringo -Marsé- recrea su vida, escucha, lee, y finalmente empezará a escribir las palabras de lo que será un relato. La vida de Ringo y la historia de los amantes se cruzará y allí aparecerán las razones de las tristes caligrafías, de los tristes cines, de la triste ciudad y su triste periferia, de triste futuro. Marsé reconoce sus cumpleaños y sus tristes recuerdos.

Seguramente no sea la norma y ustedes puedan disfrutarlo felices, pero recuerden aquel otro relato de Luis Sepúlveda, Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, en el que se nos cuentan las fatigas de los gatos encargados de la custodia de un huevo de gaviota y de enseñar a volar al poyuelo que nacerá. Solo vuela el que se atreve a hacerlo.

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