25 agosto 2011

Ante la reconquista, las barbas a remojo

Estos días de sotanas y banderitas multicolores, las guitarras afinadas en las sacristías para acompañar cursis melodías, en vez de anunciar cambios en los movimientos religiosos pensando en su futuro como organizaciones de masas influyentes, nos retrotraen al pasado más rancio, desde este presente en el que se encuentran incómodos y solo acompañados por una minoría de fanáticos y una mayoría de seguidores de convencionalismos sociales aderezados de costumbrismo santero que no parecen ser capaces de asumir los límites que han de separar al Estado de la Iglesia. Seguimos considerando la del Papa una visita de Estado, un encuentro entre dos jefes de estado, con la ocupación de Madrid y el aparato del Estado al servicio de una confesión religiosa con sede en la catedral de la Almudena (por cierto, palabra árabe para designar a una pequeña ciudad).

El hastío de tanto simplismo doctrinal en el que se le dice al joven preparado y culto que ya sabemos que estás jodido, pero no te preocupes, sé buen fiel y haz propaganda entre los tuyos, ya verás cómo así llevas mejor lo del paro, si no te sirve así siempre tendrás la salida de meterte a cura, que es una especie de funcionario. Este hastío, decía, me lleva a recordar lo leído sobre la Barcelona de 60 años atrás, los años 51 y 52.

Recuerden una España sin salir de la autarquía, sin reconocimiento de EEUU y sin concordato vaticano. España de penuria y miseria en la que Barcelona ya apunta maneras para sobresalir. Dejando a un lado al residual maquis en la montaña y sin esperanzas de que los aliados occidentales nos perdonen y dejen de apoyar a la dictadura, no quedaba otra que empezar la oposición. En 1951 se produce una de las primeras manifestaciones, un aumento brutal del precio del tranvía provoca un boicot de dos semanas, la policía no puede actuar, el ejército no tiene contra qué. Al final se anula la subida y alcalde y gobernador son cesados.

Hay venganza, como siempre, y un puñado de anarquistas son fusilados en el campo de la Bota. Hay más reacciones e inmediatamente se aceleran los pasos para la organización en Barcelona del Congreso Eucarístico Internacional al año siguiente (los peor hablados le llamaron La Olimpiada de la hostia). No hay mejor guía para esos momentos que Juan Goytisolo, él mismo reconoce al presentar sus Obras Completas que en su Don Julián trata de recrear un espacio virtual entre el Paralelo y Montjuic durante los fastos y ceremonias del Congreso del 52; lógicamente ni intenta pasarlo por la censura franquista pese a que es oblicua la crítica religiosa, política y social, pero no deja al margen el lavado de cara de la ciudad para turistas y peregrinos, la destrucción de las chabolas próximas a la Diagonal y al trayecto del Nuncio, todo sirve de hilo conductor para las correrías de los personajes por el puerto y la Barceloneta.

Ejemplo clarísimo de simbiosis triunfante entre dictadura y jerarquía católica que se retroalimenta en el Concordato del 53, en del 79 y que sigue vigente como si en este país nada hubiese cambiado. Pero el problema es que esos tratados internacionales no han cambiado, pero la sociedad sí, y hay que reconquistarla. No tendría que haber razones para el pesimismo, pero vemos a los creacionistas del Tea Party, el talibán que nos rodea, los nórdicos zumbados y nos encontramos aislados, resistiendo, pero a ver si empezamos a hacernos notar y ponemos las barbas a remojo.

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