Estos días de sotanas y banderitas multicolores, las guitarras afinadas en
las sacristías para acompañar cursis melodías, en vez de anunciar cambios en los
movimientos religiosos pensando en su futuro como organizaciones de masas
influyentes, nos retrotraen al pasado más rancio, desde este presente en el que
se encuentran incómodos y solo acompañados por una minoría de fanáticos y una
mayoría de seguidores de convencionalismos sociales aderezados de costumbrismo
santero que no parecen ser capaces de asumir los límites que han de separar al
Estado de la Iglesia. Seguimos considerando la del Papa una visita de Estado, un
encuentro entre dos jefes de estado, con la ocupación de Madrid y el aparato del
Estado al servicio de una confesión religiosa con sede en la catedral de la
Almudena (por cierto, palabra árabe para designar a una pequeña ciudad).
El hastío de tanto simplismo doctrinal en el que se le dice al joven
preparado y culto que ya sabemos que estás jodido, pero no te preocupes, sé buen
fiel y haz propaganda entre los tuyos, ya verás cómo así llevas mejor lo del
paro, si no te sirve así siempre tendrás la salida de meterte a cura, que es una
especie de funcionario. Este hastío, decía, me lleva a recordar lo leído sobre
la Barcelona de 60 años atrás, los años 51 y 52.
Recuerden una España
sin salir de la autarquía, sin reconocimiento de EEUU y sin concordato vaticano.
España de penuria y miseria en la que Barcelona ya apunta maneras para
sobresalir. Dejando a un lado al residual maquis en la montaña y sin esperanzas
de que los aliados occidentales nos perdonen y dejen de apoyar a la dictadura,
no quedaba otra que empezar la oposición. En 1951 se produce una de las primeras
manifestaciones, un aumento brutal del precio del tranvía provoca un boicot de
dos semanas, la policía no puede actuar, el ejército no tiene contra qué. Al
final se anula la subida y alcalde y gobernador son cesados.
Hay
venganza, como siempre, y un puñado de anarquistas son fusilados en el campo de
la Bota. Hay más reacciones e inmediatamente se aceleran los pasos para la
organización en Barcelona del Congreso Eucarístico Internacional al año
siguiente (los peor hablados le llamaron La Olimpiada de la hostia). No hay
mejor guía para esos momentos que Juan Goytisolo, él mismo reconoce al presentar
sus Obras Completas que en su Don Julián trata de recrear un espacio virtual
entre el Paralelo y Montjuic durante los fastos y ceremonias del Congreso del
52; lógicamente ni intenta pasarlo por la censura franquista pese a que es
oblicua la crítica religiosa, política y social, pero no deja al margen el
lavado de cara de la ciudad para turistas y peregrinos, la destrucción de las
chabolas próximas a la Diagonal y al trayecto del Nuncio, todo sirve de hilo
conductor para las correrías de los personajes por el puerto y la Barceloneta.
Ejemplo clarísimo de simbiosis triunfante entre dictadura y jerarquía
católica que se retroalimenta en el Concordato del 53, en del 79 y que sigue
vigente como si en este país nada hubiese cambiado. Pero el problema es que esos
tratados internacionales no han cambiado, pero la sociedad sí, y hay que
reconquistarla. No tendría que haber razones para el pesimismo, pero vemos a los
creacionistas del Tea Party, el talibán que nos rodea, los nórdicos zumbados y
nos encontramos aislados, resistiendo, pero a ver si empezamos a hacernos notar
y ponemos las barbas a remojo.
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