03 mayo 2011

Recuerdos de Sábato y la lectura

Son mis primeras notas al conocer la noticia de la muerte de Ernesto Sábato, el sábado por la tarde. Trato de recordar mi primer encuentro con él y busco el ejemplar de El túnel, es de 1978, 150 pesetas y Editorial Cátedra, aquellos tamaños justos para que cupiesen en los abultados bolsillos a la altura del muslo de los uniformes de faena, siempre a mano mientras te pudrías en la garita o en la litera de cualquier cuartel, mientras en el mundo real las cosas cambiaban a velocidad de vértigo, mientras buscabas la verdad al final del túnel.




Sostenías un retraso colosal y la ansiedad te obligaba a pillarlo todo y al vuelo, tenías que ponerte al día y la cantidad y calidad de formación e información secuestradas, ocultadas, reservadas a elites había sido tan grande que se consumían sin control, sin orden y sin una asimilación mínimamente aceptable.



Es más que cierto que mientras te formabas en los planes de estudio oficiales, todo aquello les era ajeno a los que tenían la responsabilidad de convertirte en profesional; pero bullían y, por lo tanto, a por ello; pero aquello significaba abalanzarse sobre los manuales marxistas, sobre el psicoanálisis y sobre el existencialismo, todo al mismo tiempo, sin la más mínima tutoría, como en el tornado del Mago de Oz, que se llevaba todo lo real y te transportaba a los más variados mundos, a las más variadas, y a menudo contradictorias, visiones del mundo, pero había que vivir deprisa. El túnel, como tantas otras cosas, llegaba al mismo tiempo que las primeras novelas de la transición, de Martín Santos o Mendoza, al tiempo que de la mitología católica , diluida hacía años, solo quedaban los restos para entender el arte más cercano, al tiempo que los primeros posos marxistas empezaban a recolocarse en el fondo de la taza del conocimiento y de las dudas, al tiempo que las oleadas del existencialismo te complacían porque estabas solo y porque veías que había poco futuro y nada halagüeño; es en ese momento en el que cae en tus manos esa primera novela de Sábato, escrita treinta años antes y la consumes al tiempo que haces lo propio con Hesse, Camus o Salinger y te engancha la obra de aquel científico de éxito en París, doctorado en el laboratorio Curie, que lo deja todo por la pintura y la literatura en los primeros 40 buscando verdades que la ciencia experimental no le proporcionaba; te enrola su lectura en la personalidad del psicópata Castel que admite ser el asesino de María, la mujer a la que amaba, aunque él no actúe de acuerdo con las normas, aunque no tengamos que solidarizarnos, pero que comprendamos que hay quien puede verse en situaciones extremas, en una realidad que te provocaba la inmersión en el pesimismo. Lo que esperaba más allá del papel de las páginas tampoco era, al final de los 70, muy esperanzador; tragar con lo que había y encerrarse en el caparazón de la novela negra y de la cocina.



Hoy nos quejamos de que acertamos al iniciar a los pequeños en la lectura y que fracasamos con los adolescentes, a lo mejor hay quien propondría prohibirles los libros.



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