17 mayo 2011

De monarquías y religiones

Hace muy pocos días el rey de España estuvo de visita en Marruecos, parece ser que tuvo carácter privado y permítanme un inciso para comentarles que nunca entendí la razón por la cual se difunden las noticias de estas visitas privadas, como si fueran públicas u oficiales; una cosa es que no sean visitas de Estado y otra que sean privadas. Pero a lo que íbamos, un editorialista de los que se despachan con viñetas y no con parrafadas para dejar clara su opinión, dibujaba en un diario a Juan Calos I aconsejando a su sobrino y colega marroquí; según el dibujante, el monarca español solo le daba ltres consejos: que no se metiese en política, que separase al Estado de la Iglesia, dejando la religión a los profesionales y que fuese campechano. Supuestamente con esta fórmula -resultona para el Borbón español desde antes de la transición- el rey marroquí podría cambiar algo para que nada cambiase en su reinado feudal y evitar así revoluciones democráticas siempre incómodas, con riesgo de que los salafistas metan la cuchara y que los vecinos de esta orilla del Mediterráneo nos viésemos afectados. 

Ciertamente estaba avispado el autor describiendo lo que debería haber de campechano, pero eso ya le viene de familia y la juerga cortesana está en el código genético, pero servidor nunca lo pudo comprobar. Sin embargo, parece que yerra en los otros dos asertos. Nuestro monarca, para bien o para mal, sí se mete en política, algunas veces dentro de sus funciones constitucionales y otras en el filo de la navaja, bordeándolas peligrosamente. Es decir, en ocasiones se gana el sueldo a las órdenes del gobierno tal y como lo contempla su "contrato de trabajo", la Constitución, y en otras toma iniciativas públicas y publicadas que comprometen al gobierno de la nación al salir a la luz recepciones, reuniones y entrevistas con próceres y plenipotenciarios que no digo yo que no tengan nada importante que decir, pero que, divulgado, queda feo, incómodo más que nada. Esto en lo que se refiere a la política. 

También le recomendaba, en la ficción que comentábamos, que separase su misión como líder y jefe supremo de la confesión musulmana en su nación, de su papel como rey. ¡Ay amigos! Aquí sí que derrapa en las curvas, se revuelca en el barro y pierde los papeles, porque predica lo que no cumple. 

El rey español no cae en el ridículo de la reina de Inglaterra, que se mantiene como jefa de la iglesia anglicana; pero en España la separación de la Iglesia y el Estado está a años luz de ser una realidad, es cierto que algunos pasos se han dado, ya no es rey por la gracia de Dios, pero que el concordato vigente se mantiene porque a la monarquía y a los sectores más reaccionarios les sigue interesando es una verdad como una catedral, y nunca mejor dicho. 

Ya no voy a volver a repetirme sobre las presiones en los temas educativos y los espurios intereses creados en la escuela, ni en la que se va a montar con la ley que regula los derechos de las personas en el momento final de su vida, la que vamos a tener que oír sobre suicidios y eutanasias. Con las funciones del voto y demás folclore seguirán haciendo lo que quieran. 

Ya solo pido que no haya funerales de Estado siguiendo un rito religioso determinado como volvió a ocurrir tras el terremoto de Lorca, si el Estado cree que tiene una obligación con los fallecidos ha de organizar una despedida civil en la que las palabras sirvan de consuelo a los que padecen el duelo, el Estado no es quien para preguntar si los allegados a las víctimas tienen alguna creencia o práctica y menos para imponerla. Nos queda mucho para ser aconfesionales, como reza la ley. 

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