31 agosto 2010

LA BOFETADA DE JUANITO

Supongo que sería un sábado por la tarde de los sesenta, Juanito ya hacía 3 ó 4 años que había hecho la primera comunión y propone ir a la iglesia del barrio a confesarse antes de la misa del domingo. Entramos en aquella iglesia gigantesca, moderna, oscura, vacía, el eco de los pasos retumbaba y amedrentaba. Juanito es el primero que se acerca al único confesionario que parece habitado, se arrodilla y permanece aislado, solo con el cura. Pasan un par de minutos, suponía que estaría autoinculpándose de las pequeñas faltillas que podría haber cometido un chaval como él, como cualquiera de nosotros. Sin embargo el tiempo se dilataba y se detuvo de pronto cuando repentinamente Juanito se levanta despacio, el cura echa medio cuerpo fuera del ventanuco, era un gigante mayúsculo, en medio de aquel silencio, sin mediar grito ni palabra, le sacude un bofetón a mi amigo que salta trastabillando varios metros hasta perder el equilibrio. Nos vamos. Por supuesto ni me acerco al escenario del crimen, caminamos un buen rato mientras él contenía las lágrimas y disimulaba el rojo de su cara. Mientras tanto pensaba en qué podría haberle confesado Juan a aquella autoridad sagrada para que le adelantase el paso por el purgatorio a los diez u once años; en mi cabeza sólo podían aventurarse pequeños embustes o sisar dos reales en los recados de la tienda del barrio. No llegué a saberlo porque cuando, por fin, Juanito habló lo hizo para justificar el castigo recibido, él era culpable y por lo tanto había de ser castigado y no se hable más del asunto. Las clases de religión eran duras, los sermones y las catequesis eran películas de terror que en muchos casos provocaban variados efectos rebote. Evidentemente la adolescencia ya significaba el abandono de todos los rituales, salvo aquellos a los que las convenciones sociales te tenían abocado, pero mientras tanto, el miedo llevaba al engaño, a la mentira, no se le podía contar a aquel señor todo lo que te pasaba en el mundo real, que por otra parte era de lo más legal e inocente. Pero ese engaño nunca te salía gratis, traía consigo el más cruel remordimiento, un sentimiento de culpa que te podía llevar al infierno interior y que te atormentaba sin piedad. Con el tiempo crees que aquello está superado, pero es mentira, has abandonado las creencias, no sólo las prácticas, has racionalizado tu infancia, pero siempre hay un sustrato indisoluble. Juanito, estudiante muy brillante, pocos años más tarde terminó abducido por una secta ultracatólica, se lo llevaron lejos. La actual escasez de clientela parece que ha iluminado al cardenal Cañizares, quiere adelantar la edad de la catequesis y de la primera comunión, porque según él el uso de razón ya se posee a los seis o siete añitos, que cuando se lo proponen ahora, con 9 ó 10 ya deben estar muy maleados y es imposible encarrilarlos fuera del alcance del demonio, el mundo y la carne. Naturalmente este es problema privado de los que siguen esa fe y el resto tendríamos que mantenernos al margen, como no discutimos el ramadán; pero da la casualidad que el señor Rouco y sus seguidores tienen a bien intervenir en nuestros asuntos terrenales con mucha frecuencia, que quede constancia de que la tortura de menores está fea.

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