02 octubre 2012

Un país de traca

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De mi paso por la mili recuerdo que los arrestos a objetos, armas, animales... eran de general conocimiento, de burla continua, pero nadie había presenciado el acto, es decir, el momento en el que el mando correspondiente congelaba la vida militar de aquel ser animado o inanimado que había participado en la desgracia de un superior rebajado del servicio por un esguince de tobillo, cuando la causa real más tendría que ver con el aguardiente del desayuno. Seguro que hubo incluso consejos de guerra si los galones y estrellas de los perjudicados hubiesen menester de mayor desagravio.
Por eso me reconforta ver que los tiempos avanzan desaforadamente y mi espíritu se reanima al leer la reseña del último consejo de ministros. Sí, sí ya sé que habla de lo mismo de siempre, de los recortes, bla, bla; pero lo realmente importante es que el Gobierno ha aprobado un real decreto por el que se concede la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la Guardia Civil a la Virgen del Pilar.
Tengo que confesar que mis relaciones con dichos cuerpos fueron de desigual conclusión, es decir, cuando me arrestaron los militares por vestir de paisano o ser responsable de mi vida anterior, siempre fui culpable. Por el contrario, la única vez que la Guardia Civil nos retuvo y registró, a José Antonio y a mí, éramos inocentes del delito del que se nos acusaba: romper el escaparate y asaltar una casa de fotografía mientras se celebraba un festival de Eurovisión, allá por las guerras púnicas en Cedeira o en Ortigueira, no recuerdo bien; también hemos de confesar que la impericia de los agentes permitió que algunas sustancias y ejemplares de prensa, ilegales, pasasen por sus papilas olfativas sin que la homenajeada estos días por el Consejo de Ministros iluminase la perspicacia de la benemérita.
Pero si llego a saber que con la intervención extraterrestre las cosas podrían tener finales más felices, me hubiese hecho propagandista de la aparición. Ahora se le reconocen, por fin, las maniobras benefactoras después de cien años de servicio.
Todo tiene sus antecedentes, y no me remontaré decenios, solo recordaré que como ciudadano preocupado por el desempleo me asombré ya el pasado mes de junio cuando la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, pidió ayuda a la Virgen del Rocío para "salir de la crisis" en Almonte, famosa romería por sus botellones interminables en los que el pueblo municipal y espeso comparte euforias y fluidos con la alta alcurnia. Y es que no nos enteramos que concederle la medalla a la imagen influye más en la prima de riesgo que todas las necedades de Rajoy juntas en Naciones Unidas. Porque los mercados no son tontos. Saben que los españoles, arrodillados a sus pies con tal de calmar su furia depredadora, estamos aborregados, dispuestos a soportar sin rechistar que nos bajen las pensiones, nos suban el IVA, nos recorten la paga de Navidad, amenacen nuestras libertades civiles y desmonten nuestro estado de derecho; pero no podían imaginar que España estuviese gobernada por gente con las facultades mentales tan mermadas que serían capaces de condecorar a imágenes de la Virgen, eso les intranquiliza porque la locura es impredecible, saca a los santos y vírgenes para implorar la lluvia, y mantiene un ministro del Interior incapaz de ver la brutalidad de sus policías, aunque le pongan las imágenes del abuso una y otra vez ante sus narices, pero que cree firmemente en que los cielos velan por él

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