05 junio 2012

Como los monos de Gibraltar

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Nunca estuve en el conflictivo lugar que de vez en cuando es usado por los poderes públicos para desenfrenar el nacionalismo excluyente y resucitar odios rancios causados por la impericia diplomática llevada al extremo: la guerra. Guerra entre facciones familiares con poca implantación en el pueblo moribundo y famélico que las sufría. Esta vez le tocó a Sofía de Grecia desairar a Isabel de Windsor, pero entre bobos anda el juego, que diría Rojas Zorrilla, puesto que solo se les sublevan las meninges a aquellos aquejados de los males de banderías políticas, futboleras o de ambas si se mezclan para mayor enajenación de los contendientes. En resumen, qué penoso y ridículo espectáculo dan los seguidores de la Union Jack, en versión bandera inglesa con las cruces de San Jorge, San Patricio y San Andrés o en versión vasca con el fondo rojo vizcaíno, la de San Andrés y la blanca de los cristianos o los seguidores de la roja y amarilla, en versión cuatribarrada de la corona de Aragón como la más sencilla y actual de la marina de Carlos III, boicoteándose unos y otros en los saraos diplomáticos o pitándose en los campos de fútbol. Ansias dan de bajarse y mandarlos a todos bien lejos, pero son los tiempos que nos tocaron y los ciudadanos que nos tocaron. Y hablando de ciudadanos volvamos a los monos de Gibraltar; se suele representar a uno que no quiere oír, otro que no quiere ver y otro que no quiere hablar, qué triste, por lo menos cuando éramos chavales y estábamos casualmente presentes en una conversación de adultos se nos decía aquello de tú: oír, ver y callar, es decir, te enterabas de todo lo que podías y después ya administrarías tus silencios.

Desde que se vienen desarrollando planes de estudio en democracia, siempre se ha procurado que con asignaturas específicas o transversales como la Ética o la vuelta a la actualidad, Educación para la ciudadanía, se formasen ciudadanos libres y con espíritu crítico, siguiendo últimamente las acertadas opiniones del profesor Marina cuando afirma que para educar al futuro ciudadano hace falta toda la tribu, no llega con la escuela, no llega con la familia. Si ha de convivir en sociedad, esa sociedad tendrá algo que decir en los valores que quiere compartir.

Recuerdo haber pensado, y seguramente escrito, que los valores se viven, no se enseñan; pero desgraciadamente cada vez mi escepticismo me lleva a pensar que hay muchas lagunas que cubrir al tiempo que echamos ciudadanos a la selva.

Wert, de la mano de los obispos está dispuesto a la censura de todo aquello que quiere que vuelva a ser tabú en la escuela. El peaje que paga es muy caro porque no hay verdades absolutas y la realidad es muy tozuda. Puede negar en el programa escolar la homofobia, pero existe y el estudiante la está sufriendo, pero los monos de Gibraltar, ya se sabe. Puede haber diferentes tipos de familia, los estudiantes viven en ellas, pero de eso tampoco se habla... No se puede, señor ministro y señores obispos, ser tan hipócritas, los valores constitucionales, ciudadanos, los que nos igualan en derechos y deberes han de enseñarse en público y en privado.

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