01 marzo 2011

No son visiones, fueron realidades

Siguen intentando presentarnos aquel día de febrero como un sainete, como una astracanada, una escenificación de la España de charanga y pandereta. Es verdad que pretendía pasar este trigésimo aniversario sin más recuerdo que el personal, sin más aspavientos que los de un abuelo cebolleta cualquiera; pero es que nos lo ponen muy difícil en esta ceremonia de la confusión de las transiciones de nunca acabar. Estamos viendo a Tejero a tiros y en meiba al mismo tiempo, a tiros en el parlamento y bronceándose -sí a cuenta del Estado, no sé si a cuenta de los viajes de los pensionistas- en la isla de La Palma con una salud de hierro que le garantiza el Estado. Estamos viendo a Armada -permítanme prescindir de tratamientos, cargos y honores-, lúcido y lucido pensionista de lujo que se atreve a comentar, dejar caer, malmeter, confundir a la opinión pública, y sobre todo a la opinión publicada, redactando sus epitafios en vida, rehabilitando su imagen, tratando de pasar a la posteridad como aquel buen hombre que en nombre de la monarquía quiso salvar la democracia mandando a los pistoleros en la avanzadilla. También vemos fotos de familia entre los leones del Congreso, todos mezclados y revueltos; conspiradores y víctimas de un episodio dramático en el que todos tratan de salvar la figura del monarca porque así salvan la suya. Da pena ver declaraciones de periodistas enfangados en la conspiración, que hoy se siguen postulando como adalides de la democracia babeando con ese tonillo nasalizado, en los pases de modelos y otros que siguen triunfando -con los tirantes o sin ellos- en las audiencias de las TDT, o como se diga eso que vemos ahora. Del mundo empresarial mejor no hablemos; en principio porque su santo y seña es aquel de al sol que más calienta y en bañador, los fallecidos poca memoria tienen que salvar y los supervivientes están guapísimos callados; pero medallas no merecen ninguna. Del ¿universo? nacionalista, mejor no hablar, los teóricamente más radicales prepararon la huida en masa con el pasaporte español entre los dientes y los más tibios se pusieron al abrigo de las embajadas europeas a las que siempre sirvieron. Del amigo americano ¿qué contarles?, ¿hay algo que no sepan?, ¿hay algo que no se asemeje a lo que pasa en el norte de África donde no se sabe quién controla el desmelene?, ¿hay alguna preocupación distinta a la del precio del barril? Antaño el problema era que no había tantos satélites y, por lo tanto, el control del estrecho dependía de las tres potencias, Marruecos, Reino Unido y España, todas siempre al servicio de la milicia de la OTAN y de las petroleras que lo demandasen, de suerte que las flotas siempre tuviesen el franco de ría bien controlado y los portaaviones bien cargados de marines. De la clerecía ¿qué quieren que les cuente?, muditos cual meretrices, qué se puede esperar de quien nunca condenó el terrorismo de verdad, qué se puede esperar de quien siempre estuvo a salvo con los golpistas, que su cúpula estaba reunida la tarde de autos y le importaba un bledo que los tanques destrozasen el asfalto en Valencia o que los pistoleros gastasen munición en el Parlamento. Algún sindicato y la izquierda tradicional pueden tener la conciencia tranquila, puesto que se pusieron las pilas con la idea de que iban al matadero, manteniendo el tipo si las cosas pintaban mal y con la nuca preparada para el tiro en el paseo. Pero el pueblo municipal y espeso ha de estar bastante humilde, su silencio fue clamoroso, fue un silencio a gritos hasta que la cosa estuvo controlada. Una pena.

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