25 enero 2011

Las traducciones, el Senado y los fiascos

Empecemos por el final, procuro no consumir productos traducidos, si los senadores han decidido consumirlos porque algunos los necesitan, allá ellos si al final todo queda en un fiasco; si he de serles sincero las traducciones me segregan sentimientos incompatibles entre sí. Tengo experiencias contradictorias con ellas. En primer lugar tengo que hablarles de Kike, que desde que recuerdo se gana la vida haciendo traducción simultánea, de las de cabina de inglés-español; pues bien, siendo muy jóvenes ambos, y no pudiendo tener acceso a Salinger en español, me leía, me traducía El guardián entre el centeno y me discutía incluso si The catcher in the rye habría de ser traducido así o como El cazador oculto. Quede clara, por lo tanto, la primera providencia, que los traductores han de ser buenos y que son imprescindibles.El premio nobel Krugman todos los domingos nos ilustra en las páginas salmón y en una de las últimas nos decía que de poco nos serviría el euro si no teníamos gobierno, ni lengua, ni gaitas, dicho esto último de mi cosecha y sin ánimo de ofender. Por lo tanto, y como segunda providencia, los traductores han de seguir existiendo y han de seguir siendo buenos mientras las máquinas no les sustituyan. Hay quien dice que en diez años la traducción simultánea será instantánea, seguramente sí, y el estudio de las lenguas será menos necesario para la vida diaria. Ahora bien, qué me ocurre en ocasiones, que todavía me encuentro, como todos ustedes, con traducciones infumables, en las que la sintaxis es inanalizable y contradictoria con cualquier sentido común y, lo que es peor, todos nos encontramos con personas queriendo o forzados a hablar una lengua cuyo código no tienen interiorizado, en la que no se encuentran cómodos. Las conclusiones que extraigo son varias y así las expongo. Procuro no leer por placer nada que no haya sido escrito en una lengua que no domine o nada que no tenga una garantía de buena traducción. Por lo tanto reconozco que necesito traducción de todas aquellas lenguas que desconozco y de aquellos contenidos que me interesan, me son imprescindibles o simplemente me los recomiendan. Ante esta circunstancia siempre reclamo a los mejores profesionales, es decir, la traducción tiene la máxima importancia, la misma que la del propio autor para que me sirva de algo y todas estas precauciones nacen de la propia experiencia, un intérprete inseguro y desconocedor de la materia que traduce perpetra nefastos resultados desde una cabina, a través de los pinganillos o deshace una obra literaria a base de aplicar la pura mediocridad al texto puesto en sus manos. Por lo tanto, y para ya concluir, muchos han de estar de acuerdo en que mientras no haya voluntad de aprender lenguas y mientras no hay voluntad de entenderse en las comunes, habrá de haber intérpretes, incluso en el Senado. Mientras tanto el problema no serán los euros que cueste el servicio, será la realidad ya palpable de que hay ciudadanos españoles incapaces de expresarse con fluidez y mínima corrección en castellano o en la otra lengua de su comunidad. Precisan intérprete, quizá sea ese el drama de los varios y diversos sistemas educativos, que, por cierto, no hay en Finlandia, donde el único garantiza sueco y finés, además del inglés imprescindible.

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