01 febrero 2011

¿Dónde están los progres a la hora de la verdad?

En estos momentos de aparente máxima urgencia, si no lo son que me pellizquen y me despierten de mi largo letargo senil, me pregunto dónde están los progresistas de toda la vida. A los conservadores ya los eximo de respuesta, la verdad es que siempre lo tuvieron claro, de familia les viene el futuro y de poco han de preocuparse. Pero a esos que nunca tuvieron más que deudas y precariedades, a esos les pregunto dónde están a la hora de defender los derechos y el futuro. La verdad es que lo hago sin mala intención. Sé que algunos secundaron las manifestaciones de la semana pasada convocadas por el mundo nacionalista y otras minorías; pero sus motivos poco tenían que ver con la defensa del sistema público de pensiones. Mi llamamiento se dirige a otros a los que hoy verán seguramente la firma del compromiso de las pensiones horas antes de que Merkel aterrice por estas tierras de sus clientes y paganos. Estoy buscando a otros y no me queda más remedio que localizarlos por la partida de nacimiento, permítanme la licencia; pero es que las pirámides de edad están de muy de actualidad y de muy mala leche. Los que hoy tienen sesenta y algunos seguramente tienen buenas perspectivas de dejar de trabajar y de disfrutar de un buen retiro a partir de los 60 y poco más, la verdad es que se lo merecen; los profesionales de altas rentas rondarán los 40 años de cotización y los de bajas y medias aportaciones no tendrán malas coberturas si el mercado de trabajo se lo permitió y si la salud fue benévola con su oficio. Siguiendo con los cincuentones, seguramente tres cuartos de lo mismo, habrá quien los haya podido aprovechar y habrá quien haya tenido una vida laboral irregular, con altibajos en las cotizaciones; pero creo que pueden estar prudentemente tranquilos porque el modelo de seguridad social del que nos hemos dotado y que hemos mantenido, a veces a sangre y fuego, desde el 78 siempre les ha prometido realidades y se han cumplido. Los más alterados parecen ser cuarentones y treintañeros, quizá sean los que tengan que estar más preocupados por ser muchos y haber nacido en esa especie de contenedor de la España del plan de desarrollo. Realmente tienen un problema, pueden tener pensión o no. Muchos les dicen que han de optar por invertir sus ahorros, si los tienen y no les hacen falta para comer, abrigarse, complementar la educación de sus hijos y esas cosas que los sistemas públicos no les proporcionan, o dejarse llevar por los cantos de sirena y buscar los incentivos fiscales, ahorrar y fabricarse un complemento que les permita mantener el poder adquisitivo mediante otro tipo de inversiones. Pero, claro, en este caso siempre estaremos hablando de aquellos estratos sociales que ya en la vida activa pueden permitirse un nivel de vida que no está al alcance de la mayoría de la ciudadanía. El resto tendrán las necesidades básicas cubiertas gracias al sistema público que tratamos de apuntalar. A los jóvenes veinteañeros no sé muy bien qué decirles, seguramente sólo puedo asegurarles que algunos, entre ellos los centrados progres de hoy, intentaron hacerlo lo mejor posible, que los más sensatos siempre han pensado que conservar un sistema de seguridad social de reparto interclasista e interterritorial era lo más conveniente; pero que no vivirán para ver si acertaron o no. Los que seguro no acertaron son los que se quedaron quietos, diciendo que hoy todo está bien y que no hay que hacer nada, que todas las reformas son retrocesos, los mismos que se equivocaron del 85 en adelante, los que esperaban que todo se lo dieran hecho, que con la pegatina de progre ya era suficiente.

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