15 febrero 2011

Las cajas y el ditero

Seguramente será muy injusto y políticamente incorrecto lo que les contaré a continuación; pero es lo que me sale del páncreas, es lo que hay. Recuerdo desde pequeño en mi casa con angustia la necesidad de buscar avalistas para los míseros préstamos que permitían mantener abierto el pequeño comercio. Recuerdo especialmente -no con odio, pero tampoco con cariño- a todos los directores de la sucursal de la caja de ahorros de la esquina, los que devolvían las letras, los recibos?en los momentos de mala racha. La cultura del régimen, entonces, difundía panfletos antisemitas y no era difícil para un chiquillo hacer asociaciones racistas entre judíos, banqueros y usureros. Lógicamente el tiempo puso las cosas en su sitio y los inocentes empleados fueron rehabilitados en mi memoria, pero no las instituciones. Desde joven recuerdo haber sido siempre deudor de un par de préstamos o hipotecas simultáneos, desde aquellas doscientas mil para el cuatro latas amarillo, hasta el momento. Desde los intereses del 20% hasta el Euribor de nuestros dolores. Las vivencias evolucionaron, al principio ibas con las orejas gachas, pidiendo un favor y con más garantías de las necesarias. Te trataban como un pedigüeño, no como un cliente. Tu obligación era arrastrarte y la suya mirarte por encima del hombro. Tuvo que pasar mucho tiempo, diría que casi dos décadas, para que acudieras a las sucursales como comprador de servicios, como cliente con capacidad de elegir, como el que escoge detergente o tienda de confección. Yo creo que ya insistí sobre lo mismo cuando el debate era si una o dos cajas de ahorro en Galicia, sobre si el ¿dinero gallego? tendría que guardarse en cajas o bancos con pedrigrí del país. Como aquel vejete del chiste que después de hacer el ingreso de sus ahorros esperaba a ver qué hacía el empleado con sus billetes si algún cliente acudía después a ordenar un reintegro, no fuese a ser que le diera los suyos. La fuerzas vivas del país vuelven a la carga, parece que el resultado de la forzada superfusión no garantiza la supervivencia de los euros del país con solvencia para evitar corralitos y que tendrán que tomar medidas o las toman con ella. Ya ven cómo de rasgadas están las vestiduras de los que ven sus ahorros emigrados más allá de Pedrafita. Pero entra en juego ahora otro factor, el del supuesto carácter público de las cajas, que nos quieren presentar como casi ONG o casas de caridad. Sé que es una percepción particular, pero para mí que esas asambleas de impositores, esos consejos de administración, son entelequias a las que nunca fui convocado y por las que no me siento representado. Sobre la supuesta reinversión de los beneficios en obra social y cultural, también habría mucho que decir, los bancos privados y los millonarios filántropos también tienen fundaciones para evadir impuestos, más de lo mismo, poca diferencia encuentro. En resumen todos se aprovechan de usted. Pero permítanme recuperar el recuerdo de un viejo personaje y una palabra desconocida hasta hace poco: el ditero; un profesional de la reventa ambulante a crédito que surtía a particulares y pequeños comerciantes por los pueblos andaluces vendiendo a dita, es decir, anotando en su libreta la cantidad debida y los plazos que se iban amortizando porque era imposible pagar al contado. Siempre recuperaba su dinero y no había sopeao, guiso o fiesta en el pueblo a la que el ditero no fuera invitado.

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