14 febrero 2009

Educación infantil: menos lobos, Sr. Quintana

No es la primera vez que desde estas páginas se le ponen las peras al cuarto al señor vicepresidente por tirarse los faroles que se tira con sus logros en el mundo asistencial a los menos favorecidos. Hoy toca tirarle de las orejas por la educación infantil en el tramo inicial, hasta los tres años de las criaturas. Pero vayamos por partes, es culpable de muchos males, pero no de todos. Hubo tiempo ha, una Administración -la de la derecha- que consideraba que esos diminutos ciudadanos no eran sujetos del derecho a la educación, por lo tanto, si había que asistir a los más desvalidos, lo tendría que hacer la Consellería de Familia y nos encontrábamos con guarderías, un término retrofranquista usado para contentar a las madres descarriadas y trabajadoras que -malditas ellas- dejan a sus criaturas al cuidado de desconocidos y desconocidas. Con el tiempo aparecen los parvularios, los preescolares, los jardines de infancia? eufemismos que no llegan a difuminar la capacidad discriminadora del ente limpiaculos para atenuar la indolencia de las madres desnaturalizadas. Claro está que todo esto va a costa del ciudadano pagano del servicio privado, salvo casos flagrantes de beneficencia. Con el tiempo verán que este servicio privado, privadísimo, da un salto en la calidad, ya hay élites que se pueden pagar algo mejor que un almacén y nos encontramos con las famosas escuelas infantiles. Esta nueva pequeñoburguesía, en algunos casos pseudogallego hablante, precisa de un nuevo producto educativo, es necesario que los hijos de estos profesionales y funcionarios de medio pelo dispongan de un cubículo asistencial con un psicólogo-conductor de autobús y una maestra cocinera que gestionen el negocio, eso sí, con nombre del país, la escola infantil ha de llamarse en gallego y ha de ser capaz de enseñarle a los niños alguna canción en inglés, para que luego no se diga que no somos modernos, nosotros los progres. Cambio tras cambio llegamos a la situación actual, eso sí, después de cuatro años de gobierno de Quintana y el panorama que nos encontramos es algo parecido a un puzle en el que encajan piezas que van desde el bajocubierta patera o el entresuelo multiusos en el que se hacinan criaturas sin ningún control, pasando por la guardería de barrio sin ningún control de requisitos, por la escuela infantil pública, hasta el nuevo invento de las galescolas, el conejo de la chistera, estrella de la legislatura nacionalista. Pero como lo que cuentan son los números ahí van un par de ellos: tenemos más de 65.000 criaturas en esas edades, de ellos están escolarizados en las galescolas poco más de 1.900 y, si se cumplen las promesas de apertura, pueden llegar a 4.000 las plazas a disposición de la ciudadanía. Los países de nuestro entorno ofertan un tercio de plazas con respecto al censo real del potencial alumnado. Si tengo que creerme que este es un balance positivo, van a tener que usar argumentos muy convincentes y, sobre todo, van a tener que hacer un cambio muy profundo, que empiece por donde ha de empezar: la Consellería de Educación ha de tomar las riendas de la educación infantil como etapa educativa que es y que se empiecen a respetar unos requisitos mínimos de calidad.

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