05 febrero 2009

De autobuses, tranvías y ascensores

Dicen los gurús que el mundo del negocio publicitario está también en crisis, que los ajustes de las marcas productoras de bienes de consumo empezarán recortando gastos en esta partida, exigirán más y mejores resultados a precios más baratos, es decir, la rivalidad y confrontación de los creativos será feroz; más feroz que en los telefilmes americanos de las tardes aburridas en los que los ejecutivos agresivos compiten sin piedad con sus compañeros de trabajo por conseguir la cuenta de los japoneses de turno. Dicen también que esta crisis se llevará por delante a la prensa escrita, soporte de sus anuncios, que caducan a las 24 horas. Las tarifas de los editores serán impagables y, éstos, sin los ingresos generados por los anunciantes de coches, colonias, viajes y ofertas de supermercado no tendrán más refugio que internet para que ustedes lean estas gamberradas que perpetramos semanalmente. Al mismo tiempo es verdad que los ciudadanos, aun los más jóvenes, cada vez están mejor formados para analizar críticamente la publicidad, seleccionan más los medios y los soportes, pero puede llegar a ser muy fácil que la publicidad, el mensaje, el soporte... sean malos y mal escogidos y que se produzca el efecto rebote fruto del escándalo anunciado. Estoy convencido de que llevar la filosofía a la publicidad en los autobuses e insertar en ellos mensajes sobre la existencia de los dioses es absolutamente inútil; ahora bien, desde el punto y hora en el que se rasgan vestiduras y se piden inquisiciones que impidan la difusión de tal mensaje, el éxito de la difusión está garantizado, no sé si habrá más ateos o menos ateos a partir del anuncio, pero que se va a hablar más del anuncio está absolutamente claro. Lo lógico sería que los presuntamente ofendidos diesen la callada por respuesta, respetasen la libertad de expresión y entonces los que se gastan los euros en la tal campaña tardarían poco en buscar otra forma de invertir más efectiva. Se me ocurren más ideas para colocar en los autobuses, una puede ser la de un padre objetor de conciencia de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, le escuchaba por la radio quejarse de que no había tenido a su lado a ningún funcionario cuando su hijo padeció una noche de fiebre; reclamaba un titular que quedaría bien en cualquier medio rodante: "Mi hijo es un fortín". Con tan poderoso argumento el buen hombre quería blindarse contra el resto de la sociedad impidiendo que sus descendientes se educasen en sociedad compartiendo los valores mínimos de la cultura en la que vivimos. Estoy seguro de que si usase sus energías, medios y esfuerzos lograría más y mejores beneficios. Cada vez abundan más los frikis, -ojo no los confundamos con los vividores de las tertulias de la víscera- hablo de los que confunden la realidad y la ficción por su aislamiento constante. Como siempre confundimos la realidad y el deseo, olvidando que siempre habrá un tranvía llamado deseo, que el deseo viaja en ascensores y que el que abre los ojos a la realidad, nunca más duerme tranquilo.

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