Podría
haber habido acuerdo el martes entre el presidente Touriño y Quintana, podrían
haber ido juntos a la peregrinación tradicional del 25 de julio, allí se
consigue de todo, hasta lo más abstracto e intangible. No creo que costase mucho
trabajo arrimar ambas sardinas a las ascuas para coincidir, con la
intermediación sobrenatural, en algo básico y cotidiano, por ejemplo, en que el
más allá animase a los administradores de la sanidad pública a pagar los gastos
del dentista, estoy seguro de que, si aseguráramos que los saneados aparatos
bucales habrían de ser usados para hablar en la lengua del país a tiempo
parcial, los responsables de la política lingüística no pondrían ningún tipo de
problema, todo fuese por el bien de algún fonema autóctono. Pero claro, el
peregrinaje que llega al NO peninsular es precristiano, la astronomía y las
viejas creencias son anteriores a Prisciliano y a la barca de piedra que navegó
y navegó con el difunto apóstol dentro.
Ya
se sabe que hay fiesta y jolgorio, que no todo va a ser espiritualidad y
devoción, que en el camino a nadie se le preguntan sus razones para emprender
el viaje y que poca competencia se delata entre los que desean el fin.
También
es cierto que en todas las latitudes cuecen habas, si bien de son distinta
variedad genética. Puestos a peregrinar no les es lo mismo pasar por Sahagún y
Astorga que por la barca de Coria del Río en la que cruzan el Guadalquivir los
carros de bueyes y los tractores, las carretas tiradas por mulos y los 4x4 de las
hermandades rocieras cuando inician los últimos tres días de su camino para ver
salir a hombros a la Blanca Paloma.
Evidentemente,
no es lo mismo pernoctar en los austeros albergues de peregrinos en los que los
teléfonos han de estar en silencio a las diez de la noche, que hacer una pará
en el vado del Quema para bautizar a los neófitos, cuando empiezan a
sonar el cante y los rosarios ante el Simpecado.
Claro
que la austeridad no es la misma para todos, que hay quien usa la red de
Paradores y quien la ruta vip desde Matalascañas.
El
Rocío es un auténtico botellón, con todos los adornos que quieran, pero una
familia de clase media acomodada y sus amigos más cercanos, unas quince
personas, hacen anualmente un escote de dos millones de pesetas para pagar el alquiler
anual de su casa en el Rocío; además, les asombre o no, han de saber que la
semanita de marras, la de la romería, puede salir doscientas mil pesetas por
barba, eso sí, incluyendo en la cifra toda la comida y la bebida que se puedan
imaginar para los quince y sus invitados; ahora bien, no se trata de que las
madres y las hijas de la familia estén esclavizadas 24 horas al día para atender las necesidades
de los romeros, una cocinera y dos camareros con buen oficio y habilidades
demostradas ante frituras, pucheros y aliños, bastarán para asegurar un buen
viaje en el polvo del camino. Lo que yo digo, vaya, un botellón en toda regla,
y bien bendecido.
Cualquier
rociero actual les puede dar más detalles, pero a mí estas nuevas me trajeron
vieja lectura: Con flores a María, revoltosa novela de Alfonso Grosso
que no vio la luz en España hasta 1981, después de haber pasado en la oscuridad
desde 1962 cuando se llamaba De romería.
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