16 agosto 2006

La imagen y el general

Cuando esta semana pasada Federico vio en la prensa que las señoritas de la buena sociedad y excelente presencia estaban invitadas a la fiesta que los guardiamarinas italianos en su flamante velero-buque-escuela, fueron muchas las imágenes que se le vinieron a la cabeza. Quizá una de las primeras fuese la de su foto vestido de almirante el día de su primera comunión, ese recuerdo le asaltaba en ocasiones; pero ahora, viendo ligar a los guaperas sin tino, rabiaba.Claro que también le rebuscaba en los intestinos la idea, la memoria de su primo rico, el autentico dueño del traje de almirante; ese que se lo recordaba en público siempre que podía, el que hoy es veterinario triunfante, con buena cartera de pedigrí y seguro futuro concejal -liberal, eso sí- de la derecha de siempre. Federico era un oficial de notaría ejemplar al que la historia siempre se la pasaban por los morros, cada cuarto de hora, pese a que siempre había sido modesto y nada vanidoso, un persona sencilla, a la que nunca se le había pasado por el magín firmar una proclama a favor de las playas nudistas, que él es muy higiénico. Tampoco se metería nunca a promotor inmobiliario, aunque siempre ahorraba más de la cuenta, pese a que todos los días pasaba por su teclado de la notaría información de lo más comprometida y que la antesala de su trabajo era un buen nido de informaciones y, qué decir de la cafetería en la que desayunaba, donde se trapicheaba hasta la indecencia; nunca se le pasó por la cabeza memorizar nombre alguno y mucho menos sospechar que aquello podía tener el más mínimo valor en sus manos fuera del horario de trabajo. Esto estaba de moda, desde La Mancha a las Mariñas; pero su espartana educación se lo impedía.(...)

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