06 mayo 2014

Penas de muerte y muertes de pena

http://www.laopinioncoruna.es/opinion/2014/05/06/penas-muerte-muertes-pena/837756.html

(...)¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca. (...)
Romance de la pena negra. Federico García Lorca

Siempre habrá quien muera condenado a muerte en soledad
y quien en soledad muera de pena
Anónimo



Cada vez que los medios se hacen eco de ejecuciones es inevitable recordar el sarcasmo de Pepe Isbert en el papel de verdugo resignado, profesional, probo funcionario de la dictadura, consciente de que su maestría evitaba sufrimientos al próximo difunto, de que sus conocimientos y empleo podrían ser transmitidos a su yerno reacio a que las personas no muriesen en la cama y no agarrotados vilmente.
Muchos años han pasado desde aquella recreación burlesca y realista, pero siguen saltando a las noticias los homicidios legales como el de Oklahoma, donde vivieron la ridícula eficacia USA incapaz de matar a un hombre sin torturarlo. Hasta la propia Casa Blanca, parece que Obama ni habló, critica la falta de "humanidad" de los verdugos profesionales que no son capaces de envenenar hasta la muerte a un negro fortachón, como casi siempre. La Constitución de EEUU prohíbe expresamente infligir "un castigo cruel e inusual" a cualquier recluso y la jurisprudencia establece que una ejecución debe estar sometida a criterios de seguridad, seguramente cinturón y airbag. Las descripciones del ajusticiado: "¡Siento arder todo mi cuerpo!" nos pueden llevar al recuerdo de las mujeres acusadas de brujería y quemadas por la Inquisición hace quinientos años. Las guillotinas eran instrumentos más compasivos.
El profesor Austin Sarat, que ha estudiado a fondo todas las ejecuciones desde 1890 asegura, y fíjense que lo hace en primera persona del plural, que ocurrieron episodios similares en el 7% de las ejecuciones con inyección letal. "En los últimos 125 años hemos intentado aplicar la pena de muerte sin dolor innecesario y transformar la ejecución en una operación fría y burocrática", escribe Sarat antes de subrayar: "Mi investigación demuestra que no hemos cumplido esa aspiración".
Los espectáculos de estos estados homicidas legalizados cada vez se me parecen más a las representaciones religiosas, de tortura y muerte que procesionan una vez al año por nuestras calles. El estado y la religión se mezclan para difundir un espectáculo gore.
Pero en nuestros países civilizados, en los que nos escandalizamos de las penas de muerte, de estas aberraciones perpetradas por los bárbaros del este y del oeste de nuestro ombligo, pocas veces nos hacemos eco, no investigamos las muertes de pena de los que se tiran de un quinto piso y todos los vecinos confiesan que era un señor muy normal; del matrimonio mayor que decide abandonar la vida una buena tarde con la bombona de gas abierta; del sin techo que aparece muerto agarrado a una botella; del adolescente que no puede con sus miedos y revienta a pastillas. Todas ellas son también penas de muerte inhumanas y crueles, el Estado, la Justicia no intervienen directamente; pero la sociedad es responsable aunque mire para otro lado. Y no son pocas.
Mientras rechazamos el debate sobre la muerte digna, el suicidio asistido y la eutanasia, estamos torturando a muchos muertos de pena como al difunto de Oklahoma.
Como decía Chavela Vargas: "Lo supe siempre. No hay nadie que aguante la libertad ajena; a nadie le gusta vivir con una persona libre. Si eres libre, ese es el precio que tienes que pagar: la soledad".

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