13 mayo 2014

Apuntes reposados después de una entrevista

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Un servidor está seguro de que hoy no sería capaz de aprobar las pruebas de acceso a la universidad que Wert pretende hacer desaparecer; pienso que muchos hemos de tener la vergüenza torera de decirlo alto y claro, aunque hayamos aprobado en su momento las antiguas reválidas, que hoy quieren resucitar; pero tienen ustedes la suerte de que nunca seré concejal de mi pueblo, ni presidente de ninguna nación.
Esta reflexión la hacía hace una semana mientras escuchaba la entrevista mañanera que le hacían a Rajoy en una emisora de radio, que le daba cuartelillo para iniciar la campaña electoral de la elecciones europeas. Me dio la impresión de que el día, el lugar y la hora le fueron impuestos a la conductora del programa, que, pese a todo, trató de apretar las clavijas y hacer una faena decente; pero el morlaco no embestía, se arrimaba a los burladeros de las estadísticas del paro registrado recién salidas para nosotros y ponerle las cosas más difíciles aún a la entrevistadora que se arrimaba y provocaba, pero su contrincante no se defendía más que leyendo las estadísticas cocinadas que más convenientes le resultaban ¡benditos estadísticos! Creo que no conozco a ninguno en carne mortal, pero hay que reconocer que son imprescindibles. El tiempo se acababa y la periodista cambia de táctica, supongamos que más o menos pactada, de abandonar el tema del día, el paro y los subempleos, para tocar temas ya más manidos y más complicados para el presidente, no haber hablado de ellos sería imperdonable. El presidente sigue sin saber nada de corrupción, de dinero negro, ni de Cataluña? Corre el rumor por los mentideros que la permanente desaparición de Rajoy de la vida pública ya es patológica, una especie de fobia escénica, distinta a sus antecesores que pronto se endiosaron, pero que mandaban recado continuamente, viajaban mucho, pero nuestro paisano no. Tengo para mí que la clave estuvo en la última pregunta de la entrevista sobre la final futbolera, se le fueron todas las dudas, se le veía seguro, las afirmaciones que hizo fueron taxativas: iré al partido de fútbol y quiero que gane mi equipo; así se hace, presidente. Lástima que en los minutos anteriores cuando le preguntaban cómo iba a resolver los problemas que no ve, cómo actuará en los foros internacionales, no se manifieste con la misma firmeza que cuando sale de una cumbre enarbolando la prensa deportiva y no un periódico color salmón, aunque solo fuere por mantener las formas.
Ustedes me corregirán; pero, haciendo memoria, no veo yo a Rajoy rodeado de corte culta. Sus antecesores, con mayor o menor acierto, tuvieron los asesores precisos para que la imagen fuese decorosa. La relación de Suárez con Fernando Ónega es pública y quizá por ello hoy su memoria se ensombrezca en los escaparates de las librerías por las envidias. Calvo Sotelo fue un claro ejemplo de aristócrata ilustrado, con poco tiempo para demostrarlo. Felipe González nos puso a leer a Marguerite Yourcenar y sus Memorias de Adriano, sus carencias supo paliarlas rodeándose de nombres y vampirizando a leales y extraños en su bodeguilla. A Guerra le hicieron buenos discursos, no olvidemos lo que le deben Machado, La Regenta y Mahler. Las obras completas de Aznar caben en un papel de fumar, creo recordar que llevó a Norma Duval en sus campañas, siempre le quedarán los cuentos de Ana Botella. Zapatero fue más mediático desde su limbo, con un ego bien nutrido de nombres televisivos. Para que después hablen de PISA.

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