17 enero 2012

´Escola do caldo´ y ciencia


Parece que se confirma el equipo que dirigirá lo que le queda al Estado que dirigir en materia educativa; al demoscópico ministro y al especialista en prisiones, recién nombrado subsecretario del ramo, se une el nombre de Montserrrat Gomendio, una científica de profesión, parece que investigadora y gestora solvente, será la que lleve adelante la secretaría de Estado de Educación. No es que le quede mucho por donde manejarse, pero lo poco que le queda, le queda revuelto y no voy a referirme a las protestas que tienen a medio país calentito por los recortes de presupuesto, profesorado, oferta de empleo...sino por las sorpresas que siempre te da la vida.

Por ejemplo, el Centro de Investigación Príncipe Felipe (CIPF) de Valencia está de actualidad desde que el Gobierno valenciano cambia su política presupuestaria, de 9,8 millones de euros en 2009 a 4,4 millones 2012, lo que supone el despido de 113 de los 244 empleados, una rebaja salarial media del 12% y la desaparición de 14 de los 26 laboratorios existentes.

Pues bien, mientras tanto, en ese mismo centro, para vergüenza y escarnio de sus responsables, constructores de aeropuertos y clientes de sastrerías, Consuelo Guerri, jefa del laboratorio de patología celular del centro recibió el premio Manfred Lautenschläger Award, dotado con 25.000 euros, y ha decidido usarlo para no perder a su equipo de becarios, hasta donde llegue, claro... Pero la cosa no queda ahí, otra ciudadana, Cristina Ponce, impulsora del Proyecto Paula, ha conseguido ya más de 7000 euros para que el Centro de Investigación Príncipe Felipe de Valencia vuelva a contratar a una científica que investiga la diabetes, enfermedad que padece su hija. "Mientras la gente me apoye continuaré adelante, porque el objetivo es curar la enfermedad o por lo menos mejorar la calidad de vida de los pacientes", explica mientras también denuncia que los poderes públicos han de tomar cartas en el asunto, no solo las cartas de despido, lo recaudado pagará los gastos del salario de una investigadora durante cuatro meses. Menudo derroche.

No me digan que esto no recuerda lo que nos contaban de pequeños, no solo aquello de pasa más hambre que el maestro de escuela, que se sustentaba de los donativos siempre en especie de los vecinos, porque eran conscientes de que con su salario era imposible sobrevivir y, sobre todo, porque valoraban el trabajo de aquel maestro, de aquella maestra, que dedicaban su tiempo vital a sus hijos.

También les sonará a muchos el recuerdo de las escolas do caldo, esa especie de trueque, en las que los alumnos podían comer el plato de caldo en la escuela al tiempo que se les despejaban las entendederas. Todos las pasaban mal, maestros y discípulos, y la escuela era esa suerte de núcleo solidario, integrador, que llegaba a suplir al estado, a la familia y que a pocos importaba durante la mayor parte del XX, incluida las postguerras.

No me digan que no encuentran similitudes entre la situación en la que se encuentran los despedidos del proyecto Parga Pondal, elite de la investigación formada fuera de España y convencida para regresar y continuar aquí su trabajo, ahora con una mano delante y otra detrás echando currículos por el mundo adelante, porque nuestras universidades siguen sometidas al paletismo y a la alergia a ver mundo.

Nuestros investigadores dependen del mecenazgo fruto de los premios recibidos por sus maestros, la sociedad civil ha de autoorganizarse para seguir llevándole ovos e patacas al maestro-investigador para que siga trabajando y no se vaya con sus patentes. A veces te entran dudas de si en realidad la sociedad ha avanzado tanto como dicen.

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