08 noviembre 2011

Fina puntería en ´Último peaje´, ¿crónica y memorias?

Sí, es fina la puntería que demuestra Chiño Barral en Último peaje, una reposada novela de acción en la que nos encontramos como pez en el agua al recorrer las peripecias que engarzan ese presunto accidente del protagonista al entrar en el puente de Rande con su próximo pasado y con sus lejanas vivencias juveniles. 

No tendría mayor transcendencia este comienzo in media res, si no fuese porque el narrador va introduciéndonos mediante la retrospección en la trama novelesca; espacio, tiempo, ritmo, personajes y acción rodean al difunto Teodoro Maquieira en su tránsito vital como político del entorno vigués, posiblemente más actual, con sus corruptelas, sus planes urbanísticos, sus influencias traficantes, sus intereses tan creados. En resumen, la vida misma, podría decir Aristóteles cuando nos hablaba de la mímesis, del conocimiento y reproducción de la realidad que tanto nos gusta a los lectores cuando nos vemos identificados. 

Evidentemente no se trata en esta breve reseña de desvelar secretos, pero es inevitable traer a colación el género, los varios subgéneros de los que Último peaje es heredera. Me refiero a la crónica y el memorialismo. Son evidentes en ambas partes de la novela, construida con capítulos alternos, unos que parten de la muerte de Doro y su investigación y otros que nacen de la joven vida del mismo Doro, universitario en Santiago a mediados de los 70, poco antes de la muerte de Franco, en los que se narran sus peripecias militantes, amorosas, vitales todas. 

También decíamos crónica porque los últimos años de ladrillazos, burbujas, estafas y demás golferías salpican la narración; es verdad que nuestro protagonista se va librando gracias a las habilidades de la detective Silvana y sus deducciones por las que acaba dejando buen recuerdo entre sus deudos; nosotros, sus contemporáneos. 

Decíamos también que el género memorialístico fecunda la otra mitad de la novela, la historia del Doro activista, aprendiz de la vida, a tragos, a intensos bocados; porque aquellos, no años, aquellos meses había que vivirlos así. 

Seguramente habrá jirones de la vida de Chiño Barral en la trenca azul de Doro en Santiago; pero permítanme un inciso, las memorias -en forma autobiográfica o tomando un alter ego como protagonista interpuesto ad hoc- suelen jugar malas pasadas; a poco que se descuide, el autor maquilla su vida pretérita sin pudor, pasa páginas en blanco, se absuelve de inconfesables pecados y presenta su nueva imagen cual adolescente en su perfil de la red social de moda. En este caso hay que decir que tanto el narrador todopoderoso, como el autor salen inocentes de toda posible acusación. La verosimilitud que el viejo clásico, antes citado, requería en la Poética está perfectamente conseguida. 

No podemos terminar sin hablar de la protagonista secundaria, la detective Silvana; pese a que el autor no haya querido presentarla en un primer plano cinematográfico, hay secuencias de plano detalle que nos la acercan a las triunfantes de la novela de género como la jueza Mariana de Marco de Guelbenzu o al sargento Belvilaqua de Lorenzo Silva. Tiene afán protagonista, pero no hace sombra a sus rivales en la trama, la tensión está bien sostenida, sobre todo en los capítulos finales. 

En fin, que les guste, que les lleve de paso a viejos recuerdos y viejas lecturas, que les lleve a La piqueta de Antonio Ferrés, a recordar cómo empezaba la especulación inmobiliaria demoliendo en Orcasitas las infraviviendas de los vencidos, que esta es una buena quincena para hacer memoria, como cualquier otra. 

www.lafelizgobernacion.blogspot.com 

No hay comentarios: