09 noviembre 2010

Los apellidos también cambian

Dedicado al ilustre peregrino que creyó llegar a la España de los años 30 Anda que se está montando pequeñita bulla con la historia de los apellidos, de las cantidades de ellos que hemos de portar y sobre el orden que deben mantener. Menos mal que el libro de familia tiene los días contados, si la ley presentada en julio sigue su curso tendremos el Código Personal de Ciudadanía (CPC) que servirá de base para que el nuevo ciudadano tenga su Documento Nacional de Identidad (DNI), de suerte que el nuevo CPC servirá para que en él se vayan grabando los diferentes acontecimientos civiles que le afecten y dejando al margen sus datos más personales e íntimos como hacer mención al estado civil de sus padres y, por lo tanto, evitar discriminaciones ominosas. Mientras tanto hemos de seguir apandando con lo que hay, es decir, que es más importante tener padre que te reconozca como su hijo que madre, que ya se sabe que la tienes. El asunto a discutir hoy en España es ¿a quién se le rinde reconocimiento al asignarle apellidos al retoño recién nacido?, desde 1993 los apellidos de padre y madre se pueden ordenar a su gusto hasta que el mayor de edad decida si los conserva así o los altera. Otros países como Portugal o Brasil no tienen dudas y usan el materno, los anglosajones en general usan sólo el paterno. A los cuatro primeros presidentes de gobierno los recordaremos por sus nombres y sus apellidos paternos, al quinto, por el materno ¿algún problema para la historia? Los apodos siempre han existido y seguirán mandando, porque lo que no se nombra no existe. Al principio llegaba con llamarse Sócrates o señalar el lugar de procedencia, Tales de Mileto; con los romanos la cosa se complica ya que ha de haber un prenombre de contexto familiar, el nombre, el cognomen, el propio de la familia y el ansiado mote, a ser posible, debido a una hazaña. Con el cristianismo llegan los nombres bíblicos y con las invasiones del norte, los nombres germánicos; estos tres componentes más la influencia árabe dan lugar a los apellidos en español. La cosa se va simplificando y en un primer momento triunfa el futuro apellido surgido del apodo y empieza a tener carácter hereditario. Trento obliga a dar nombre de santo al nacido y hasta mediados del XIX no surgen los dos apellidos tal y como los conocemos hoy, primero el padre y después la madre. Es evidente que escarbando un poco en la historia de la lengua y en los patronímicos no cabe duda de que el sufijo -ez (hijo de?) y sus variantes en todas las lenguas es lo que hay que dejar meridianamente claro ante la comunidad, es decir, que Martín se apellida Martínez porque es hijo de Martín y más adelante que Fernán se apellida González porque es hijo de Gonzalo; Fitzgerald, hijo de Gerald; O'Connor, hijo de Connor; Johnson, hijo de John; Mitxelena, hijo de Mitxel?, pobre aquel que lo ponga en duda. Parece evidente que la intención de la cultura cristiana en sus dominios fue el oscurecer la figura de la madre sin tener en cuenta que el lenguaje juega malas pasadas, porque evoluciona como a sus hablantes les viene en gana, no olvidemos que la asociación de dos apellidos como Strauss y Perlowitz da lugar al estraperlo y tampoco olvidemos que adquiría derecho a tomar el apellido de Rey el que llegaba antes desde Monte do Gozo al Obradoiro, dicho sea sin ánimo de perjudicar los beneficios de los comerciantes compostelanos.

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