08 octubre 2010

¿Ser analfabeto hoy?

Pudieron escuchar al policía ecuatoriano que a duras penas perpetraba la lectura de un comunicado, que él sin duda no había escrito, en el que proclamaba el golpe de Estado el pasado jueves? Seguro que era un personaje cualificado, pero ¿entendía lo que leía? ¿Era analfabeto? Podríamos responder a esta pregunta con algún argumento fácil, del tipo de que analfabeto es todo aquel que no sabe leer ni escribir, ni está familiarizado con la informática o el lenguaje audiovisual. Pero no creo que fuese lógico acudir a esos extremos. Hoy un analfabeto, además, es un idiota, es decir, un individuo que no hace uso de sus derechos ciudadanos, del derecho al voto, a la huelga, a la participación, a la propia imagen, a la intimidad, a la educación? Incluso podría ser que el actual analfabeto fuese lo que siempre se llamó imbécil, el dependiente del apoyo permanente, el que siempre precisa de un báculo, de un bastón, no necesariamente físico; sino a menudo y muy frecuentemente, el que está necesitado de un apoyo psicológico imprescindible. Estos días, como casi todos los días, hemos conocido estadísticas, por ejemplo las que nos dicen el porcentaje de personas que en Galicia no han ejercido el derecho a la educación o a la huelga, por poner sólo dos ejemplos. Un 40% de los gallegos no tiene los estudios básicos, no ha alcanzado el graduado, lo esencial para que hoy en día sea válido un contrato de trabajo ¿Son idiotas que no ejercen sus derechos? ¿Son imbéciles que sólo esperan el apoyo del Estado para que les facilite un puesto de trabajo y la titulación correspondiente? Seguramente no sean más que estúpidos, los que etimológicamente se quedan pasmados, los que no saben cómo reaccionar ante los problemas que se les presentan. Por ejemplo, piensen en el pasmado de 23 años al que le cundió el tiempo hasta ahora como aprendiz de ayudante de soldador, pero que malamente sabe leer y comprender lo que lee, como el viejo oficial de primera de toda la vida, como el técnico comercial o administrativo de toda la vida, que siempre le juraron al jefe fidelidad eterna y él siempre les correspondió de boquilla mientras ellos trabajaban las horas extra gratis, mientras ellos pillaban vacaciones cuando viniese bien aunque no viesen a sus hijos, que siempre cobraron poco, tarde y mal y que ahora se ven pagados con carta de despido y finiquito a la yugular y sin anestesia. Ahora todos, veinteañeros y cincuentones que siempre se apoyaron en los más poderosos y siempre obviaron ejercer sus derechos, ahora le ven las orejas al lobo y saben que la formación puede ser una salida. Lo sorprendente es que buscando ese báculo, ese apoyo salvavidas, siguen sin saber que ese es su derecho y que no lo han ejercido, que no están demandando ninguna limosna, que es obligación de los poderes públicos el facilitar esa formación aunque sean adultos, que en sus años de vida laboral, pocos o muchos, de sus nóminas se han detraído cantidades destinadas a ese fin, a su formación, aunque ellos no lo supiesen y aunque -lo que es más grave- sus patronos, que sí lo sabían, no las hubiesen utilizado como debieran facilitando la formación permanente y ahorrando penas y despidos en las vacas flacas.

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