09 marzo 2010

Gürtel y toros

Ya luchan la paloma y el leopardo/ a las cinco de la tarde./ Y un muslo con un asta desolada/ a las cinco de la tarde./ Comenzaron los sones del bordón/ a las cinco de la tarde./ Las campanas de arsénico y el humo/ a las cinco de la tarde/ ('Llanto por Ignacio Sánchez Mejías') / Augusto es una amigo andaluz, biólogo de formación, de derechas por convicción; con todo lo que ello trae como consecuencia por aquella tierra, es conservador, es santero, es capillitas, es un poco señorito; pero -pese a su formación- no es muy conservacionista, si hay que comer especies protegidas, se comen, sean chanquetes o pajaritos. Hay una cosa con la que no puede y es con los toros. Él reconoce que lo intentó, reconoce que su ideología se lo demanda, pero que le resulta imposible, tanto como cambiar de equipo de fútbol o de cofradía de Semana Santa. Se aferra a las tradiciones, pero con esta no puede. Sin embargo, otros muchos sobrevolamos el fenómeno taurino sin pena ni gloria, para muchos no es seña de identidad de nada, simplemente no entendemos el lenguaje, si nos lo explicasen puede que incluso fuésemos aficionados; mientras tanto lo único que vemos son los restos de la tradicional lucha del cazador y la pieza a cobrar. Seguramente estamos muy acostumbrados a convivir con escenas en las que el hombre tortura al hombre y no nos rasgamos las vestiduras, seguramente es injusto que ese atleta se enfrente con un trapo colorado a seiscientos kilos de animal cabreado. Insisto en que seguramente los bisontes de Altamira tienen algo que ver con los restos de una fiesta que se muere sola porque pocos en la actualidad la cambiarían, como espectáculo, por las piruetas y la tableta de chocolate de Cristiano Ronaldo. Pero ahora parece que es el mayor problema nacional. Los conflictos se enconan mucho más cuando se les busca la punta identitaria, ahora parece que no se puede ser catalán y aficionado a los toros y que tampoco se puede ser español sin ser abonado al tendido 7. Es decir, ahora no hay nada de lo que preocuparse, más que de lo bien que luzca Esperanza Aguirre con montera y capote, mientras se celebran referendos independentistas en pueblos catalanes, apoyándose entre otras cosas en las maldades de las corridas de toros. Mientras tanto, personajes como Garzón -al que personalmente le tengo poco aprecio- se ven perseguidos por la extrema derecha y utilizados por la trama Gürtel para que una pirámide de delitos y corruptelas se diluya cual azucarilllo. Parece que la fiesta nacional es torear a la justicia y ajusticiarla poniendo al pie de los caballos a los que la sirven. Al espectador parece que le da lo mismo que le pongan dos pares de banderillas a Garzón y que caiga a las cinco de la tarde, que Correa y demás sujetos justiciables se lo lleven crudo y sin un rasguño del código penal. Ya no hay crisis en España, señores; hay corridas con sol y sombra, hay enredos entre jueces y peloteras entre nacionalistas, mientras tanto se puede ir al garete la seguridad social y el jefe de la patronal puede proponer una contrato para jóvenes en el que no haya cotización a la seguridad social ni indemnización por despido, y no pasa nada, nada de nada. Ni se pone colorado el pollo.

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