14 diciembre 2009

Individualismo del bueno, del país

Ahora está de moda la novela negra escrita y ambientada en los países nórdicos. Lo intenté con ella y, pese a ser buen lector del género, me falló, o le fallé, no logró engatusarme. La novela negra tiene que tener contigo -y tú con ella- denominadores comunes, tienes que sentirte cómodo en sus ambientes, con sus personajes -que tienen que aparecer próximos-, con sus protagonistas, y tú podrías ser uno de ellos, arriesgándote en ratos muertos. La novela negra del país lo logró en sus mejores momentos y aún ahora tenemos píldoras bien jugosas como la juez Mariana de Marco, de J.M. Guelbenzu, o como el sargento Bevilacqua de Lorenzo Silva; dignos herederos de Carvalho o Toni Romano. La sociedad se masca, lo colectivo prima. Algo parecido pasaba con la novela negra americana; cuando cayó en nuestras manos en papel ya conocíamos al héroe contra el mal en el celuloide, en nuestro imaginario ya existía el hampa, la mafia, los chivatos, los detectives cutres y los pendencieros. Sin embargo aquella novela tan fría y calculadora, tan luterana ella con sus crímenes, me choca con la realidad del lector español. Triunfa sin límites también aquí aunque este siga siendo un país de traca, disfrazado de modernidad y gustos cosmopolitas, disimulado bajo ropajes extraños. Podemos defender nuestras peculiaridades por doquier y sin escarbar mucho nos encontramos con robos de cadáveres como el de Cee, qué maravilla, lástima de Berlanga para ponerlo en pantalla o que José Luis Cuerda se animase en algún bosque animado a contar otra vez que amanece y eso no es poco. No me digan que el CSI no hace milagros, hace años a ningún paisano se le hubiese ocurrido tal cosa, ni se le hubiese pasado por la cabeza, es que hoy los chavales ya te salen del instituto sabiendo latín en esto de los microscopios y el ADN. Aquí siempre se levantaron las tumbas por amor, José Cadalso en Noches Lúgubres nos cuenta cómo Tediato quiere robar el cadáver de su amada, mientras mantiene un tenebroso diálogo con el sepulturero Lorenzo durante tres noches. Aquí están Zorrilla y la segunda parte de su Tenorio en el que se resucitan cadáveres, en la que Don Gonzalo revive en el cementerio para llevarse a Don Juan al infierno, pero el poder de Doña Inés, muerta por amor, es más poderoso y ambos amantes se salvan después de que el burlador se arrepienta. Esta es la serie negra que nos encandilaba hace años en los escenarios, pero en la vida real seguíamos abriéndole la cabeza al vecino con el sacho o el pecho con cuarto kilo de plomo por una cuarta lineal de ferrado, pero siempre con buenos modos, yéndose después al cuartelillo y pasando antes por la taberna para coger tono muscular y matar el gusanillo. Pero ya no, este país ya no es el mismo, ya podemos atisbar lo que puede hacer el laboratorio criminalístico por nosotros. Llegamos al individualismo, al egoísmo más feroz, absoluto, el cadáver del padre desaparece para que la tarta de la herencia no tenga más comensales que los que marca el registro civil ¡en el país de los palleiros! No me digan que no es el colmo en un país con el culto a la muerte como este, donde los concejales y alcaldes se asesinan porque sí, donde la realidad se adelanta a la ficción

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