07 julio 2009

Traducción simultánea normalizada

Asisto a una reunión de trabajo, es una situación frecuente, relajada, de confianza, en la que los conflictos surgen, si es necesario, de la diferencia de criterio y en la que las formas nunca se pierden y, si se pierden, es porque la tensión deviene en risa floja y comentarios distendidos. El caso que les quiero relatar en este contexto, y muy por encima, tiene que ver con la comunicación. Todos los asistentes compartimos lengua y usamos los registros coloquiales o técnicos según mande la circunstancia, procedemos de diversos lugares de España e, insisto, hay confianza suficiente como para obviar etiquetas y protocolos. Pues bien, en ese ambiente de profesionales, universitarios todos, políglotas algunos, estoy percibiendo que determinados compañeros y compañeras tienen ciertas dificultades para expresase con la concreción precisa en español. No es su idioma habitual ni para hablar ni para escribir a diario, tampoco es de lectura imprescindible. De suerte que resulta extraño que alguien no sepa decir más que recull de prensa y no le resulte familiar el término resumen. También puede ocurrir que alguien no sea capaz de decir refuerzo de argumentos o apoyo en las decisiones si no es en otra lengua. En ambos casos el resto de los interlocutores no tuvimos ningún problema de incomunicación, ellos tampoco; ni siquiera significó más que unas brevísimas interrupciones en el fluir de la conversación: pero, claro está, los cafés más personales dan pie a los comentarios sin malas intenciones. Si estas anécdotas sucediesen en una conversación con un alemán o con una francesa que aprenden español, no nos llamaría la atención, sería lo más lógico; pero que esto nos ocurra con un cuarentón que tiene como primer idioma el catalán o alguna de sus variantes valencianas o baleares es más preocupante. Nos lleva a pensar qué puede estar pasando entre la población escolar. No quiero entrar en valoraciones, pero resulta tan extraño como que un gallego hablante use queso por mentón sin ser consciente del calco, que se asombre de que un castellano no le entienda su expresión coger en el colo, o que no use correctamente los verbos quitar o sacar. En todos los casos hay un déficit en la enseñanza del castellano. No tendré ni el más mínimo problema para asistir a esas sesiones de trabajo con traducción simultánea. Ningún problema; pero no nos engañemos, eso querrá decir que sobre la enseñanza de las lenguas y su libre uso habrá algo que decir, así como del cumplimiento de los estatutos, de la Constitución o de las leyes educativas. Es posible que esa sea la voluntad mayoritaria de los habitantes de un territorio, como Cataluña, pero que no se haga con mi financiación. Viene esto a cuento de que el Parlamento catalán acaba de aprobar la Ley de Educación Catalana por amplísima mayoría y mucho me temo que si le dedicamos un folio una de estas semanas nos podemos llevar muchas sorpresas, sobre todo si tenemos en cuenta la afición que se tiene por estas tierras a copiar, previa traducción, lo que por allí se escribe. Y para terminar, quede claro, que desde este momento considero estas situaciones como normales y, por lo tanto, no reclamaré ninguna Ley de Normalización Lingüística.

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