21 julio 2009

Decoro y buena educación en el lenguaje

Hablaban los clásicos del decoro lingüístico, lo que no tiene nada que ver con no decir tacos a mansalva. Pensaban que el decoro era algo así como la adaptación del lenguaje al personaje, que en las obras literarias la verosimilitud fuese tenida en cuenta por autores; todo siempre para conseguir en el lector o en el espectador los efectos deseados, conmover en el caso de la tragedia o distraer en el de la comedia, los dioses y héroes tendrían que usar registros cultos y elevados y las clases inferiores, expresarse como tales. La Celestina lo retoma magistralmente diferenciando los diálogos de Calisto y Melibea de la propia tercera o los criados. Con el tiempo esta aparente rigidez se fue abandonando, tanto en la lengua coloquial como en la literaria se han perdido los corsés. Puede ser que haya quien piense que se ha perdido ese decoro desde que llega a la sociedad el momento interclasista que pudo representar el siglo de oro, el momento en el que el culto repolludo hubo de hacerse entender por el plebeyo, es más, hubo de captar su voluntad. Pedro Crespo o Peribáñez son personajes del pueblo que pueden ascender socialmente defendiendo su honor y sin dejar de usar su registro lingüístico en una suerte de superación de cierta diglosia. El pueblo llano ya tiene con quien identificarse. Más tarde ya no nos queda más remedio que los extremos se toquen y el erudito a la violeta y el nuevo rico sean el hazmerreír de la sociedad en el uso de una falsa cortesía lingüística. Esa cortesía con frecuencia la asocian con lo que ocurre a menudo con el uso de las dos lenguas en Galicia. En Cataluña el comportamiento suele ser modélico, en el momento en el que alguien se da cuenta de que puedes llegar a tener algún problema de comprensión, inmediatamente cambia de lengua y se pasa al mejor castellano en que se puede expresar; creo que puede ser opinión unánime contrastada por los que pasen por allí. Sin embargo, por aquí la situación es diferente, tenemos la situación paralela, el gallego hablante natural no tiene ningún problema en hacerse entender en castellano; pero cuidado con los recién llegados a la normalización; tenemos al sector resentido que no cambia de lengua aunque se esté muriendo y la típica conversación bilingüe en la que se ve que ninguno de los dos quiere dar su brazo a torcer que no considera el cambio de lengua como un gesto de cortesía sino como el luchador que pierde el asalto, incluso el combate. Es una situación atípica y anormal, pero que no se soluciona con leyes normalizadoras, sino con buena educación y bastante sentido común.

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