02 abril 2009

El litio, el compromiso, el francotirador José Agustín (I)

En este mismo instante/ hay un hombre que sufre,/ un hombre torturado tan sólo por amar/ la libertad José Agustín Goytisolo Luis Antonio de Villena siempre nos recuerda de José Agustín Goytisolo una faceta que no conocemos mucho y es la de difusor de la poesía catalana. Es cierto que tradujo a los italianos, a Pavese, pero sin duda la mayor deuda que tienen los que no le reconocen su condición de escritor catalán es la de su esfuerzo para que los castellanohablantes conocieran las obras escritas en catalán, desde Poetas catalanes contemporáneos, de 1968, hasta Veintiún poetas catalanes para el siglo XXI, de 1996. Entre otras cosas, por eso le dedicamos un par de folios a este bebedor, fumador, vitalista, hombre de la vida como libertad y como exceso, que tuvo al final innumerables depresiones y se suicidó hace diez años, el 19 de marzo de 1999, arrojándose al vacío desde el balcón de su casa. Hágame usted caso, zambúllase en José Agustín Goytisolo. Si lo conoce, hágalo porque sí; si no ha tenido el placer, téngalo, que no es pecado. Se encontrará, por ejemplo, con aquel que le dice, sí a usted, en Miedo al espejo: "Igual que el vaho en un espejo/ así haces tú. Siempre encubriendo/ lo que eres: un temeroso/ y atrasado sentimental;/ un lobo sin garras ni dientes;/ un desastre como persona./ Si no ocultaras tus carencias/ nada te ocurriría. Pero/ tú no temes lo que otros piensen/ sino verte en un claro espejo". De Como los trenes en la noche. 1996 Creo que en estos diez últimos años, los que pasaron desde que nos dejó José Agustín Goytisolo, su obra y su vida llegaron más al público más inquieto. También su made, Julia Gay, está de aniversario: hace 71 años cayó bajo las bombas franquistas. La familia, cuenta Josep Pernau reproduciendo conversaciones con el poeta, vivía en el campo huyendo de la guerra, los hermanos jugaban a buenos y malos, como todos los niños sin conciencia exacta de qué era aquello. El destino llevó a su madre, Julia, a comprar los regalos el día 17 para la fiesta de los Pepes, una novela rosa para Marta, un libro de cuentos para Juan, un muñeco de madera para Luis y novelas de intriga para José Agustín y la mal llamada bomba del Coliseum le costó la vida. "De aquel trueno, de aquella/ terrible llamarada/ que creció ante mis ojos,/ para siempre ha quedado,/ confundido con el aire,/ un polvo de odio, una/ tristísima ceniza/ que caía y caía/ sobre la tierra, y sigue/ cayendo en mi memoria,/ en mi pecho, en las hojas/ del papel en que escribo". Queda el polvo. Quizá con el paso de los años el nombre de Julia, la hija, la nieta, alegró la vida del poeta. "Perdóname, no sé decirte/ nada más, pero tú comprende/ que yo aún estoy en el camino./ Y siempre, siempre, acuérdate/ de lo que un día yo escribí/ pensando en ti como ahora pienso". Ya era una vida atormentada. Dice Juan que la meningitis del 27, la que se lleva a su hermano mayor, atormenta a su padre y provoca que José Agustín no fuese considerado nunca como primogénito. La relación con sus hermanos menores nunca fue óptima, parece que Luis se sincerará estos días en el Congreso-homenaje al que hoy recordamos cuando decía en Salmos al viento: Cuando yo era pequeño/ estaba siempre triste/ y mi padre decía/ mirándome y moviendo/ la cabeza: hijo mío/ no sirves para nada".

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