20 enero 2009

En taxi con Ángel González

Sí, fue un malentendido./ Gritaron: ¡a las urnas!/ y él entendió: ¡a las armas! -dijo luego./ Era pundonoroso y mató mucho./ Con pistolas, con rifles, con decretos./ Cuando envainó la espada dijo, dice:/ La democracia es lo perfecto. / El público aplaudió. Sólo callaron,/ impasibles, los muertos./ El deseo popular será cumplido./ A partir de esta hora soy -silencio-/ el Jefe, si queréis. Los disconformes/ que levanten el dedo./ Inmóvil mayoría de cadáveres/ le dio el mando total del cementerio./
(Ángel González, 'Elegido por aclamación')
Hace una semana que se cumplió el primer año que pasamos sin Ángel González. A la mayoría le importará un bledo tal aniversario; pero por si alguien quiere acercarse hoy al poeta de la generación del medio siglo, pasado, les cuento que la semana pasada quise releerlo y recordar recuerdos muy recientes. El profesor Alarcos decía que cuando el poeta escribía: Para que yo me llame Ángel González, / (?) fue necesario un ancho espacio / y un largo tiempo: / hombres de todo el mar y toda tierra, / fértiles vientres de mujer, y cuerpos / y más cuerpos, fundiéndose incesantes / en otro cuerpo nuevo, es decir, necesitaba sentirse eslabón de una cadena. Leo y recibo le llamada, busco un taxi desesperado en Princesa, esquina plaza de España, a las cinco y diez en Velázquez 130, como pueda y por donde pueda, soy un eslabón al que una suerte de Maquinavaja lleva en su Skoda tratando de sobrevolar el barrio de Salamanca sin pudor, los códigos ya no sirven, hay urgencia vital, la mía; la suya la lleva puesta y pronto aparece. Alarcos también decía que Ángel González tenía el consuelo de ser testigo de la historia humana: Hoy voy a describir el campo / de batalla / tal como yo lo vi, una vez decidida / la suerte de los hombres que lucharon / muchos hasta morir, / otros / hasta seguir viviendo todavía. Empiezo de repente a ser testigo sin comerlo ni beberlo de la historia humana de aquel sesentón vestido de roquero con acento vallecano, educado, que me describe sintéticamente cómo su hijo, con una salud mental mejorable, según confiesa, fue embaucado en un transporte de droga ilegal hasta que la paranoia de mi narrador hila una sugestiva historia de narcos y jueces de la que él es ahora sufridor por tener al chaval desde hace siete años a la sombra. Pero para el profesor Alarcos, Ángel González también es el refugiado en al amor: Todo amor es efímero / ninguna era tan bella como tú / /durante aquel fugaz momento en que te amaba: / mi vida entera. O en la marginalidad, de las prostitutas, de los desvalidos, de mi propio compañero de viaje. No dio tiempo en los veinte euros de carreras madrileñas para que me condensase sus amores, pero sé que quiere a su hijo y que se siente culpable por haber estado trabajando fuera de España cuando el chaval mete la pata, que si él estuviese aquí eso no pasaba?le faltaba fuerza. Quisiera haberle leído lo que tenía entre manos: Pero hoy, / cuando es la luz del alba / como la espuma sucia / de un día anticipadamente inútil, / estoy aquí, / insomne, fatigado, velando / mis armas derrotadas, / y canto / todo lo que perdí: por lo que muero. Ni su vida ni la mía dieron ocasión para un final novelesco, tomar unas copas juntos y seguir él con su desahogo. No se lo propuse. Tampoco le regalé el libro de Ángel González. En la radio sonaban los jueces y la huelga, la mafia de los porteros de discoteca, el Madrid y las vicisitudes de su presidente, todo nos importaba un carajo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay Madrid, Madrid, Madrid ... al dia siguiente en la radio del taxista sonaban los acordes de Esperanza y su mariachi con una desgarrada ranchera de desamores traiciones mas digna de un poeta romántico.

Y es que los taxis son lugares literarios por excelencia y los taxistas filósofos. Si a eso sumamos el chulerío madrileño, la fuente de inspiración es inmejorable.

Dígalo en prosa Sr Gil. Esperanza se merece una pizca de atención