08 julio 2008

Médicos sin bata: lo natural contra corriente

Algunos recuerdan que durante la transición se publicaba una viñeta, la liga de los sin bata, en la que los párvulos que se negaban a ponerse la bata como gesto de rebeldía eran metáfora de la oposición antifranquista. Nadar contra corriente es muy saludable, mucho más que nadar y guardar la ropa, por eso les propongo el seguimiento de una noticia aparecida estos días, la de la médico que va a ser inspeccionada porque trata a sus pacientes, con su consentimiento, con métodos naturales, dejando de lado cuando es posible, los fármacos. Asómbrense de que a esta persona se le vaya a perseguir por recomendar infusiones como alivio de la gripe u otras aberraciones semejantes. Sin duda esa profesional se ha preocupado de saber si había vida inteligente más allá de la farmacopea para poder recomendar a sus pacientes remedios para sus dolencias y prevención saludable explicando las virtudes y maldades de lo que comen. Espero que si el doctor Montes demostró su inocencia frente a quienes le acusaban de matar pacientes en Leganés, esta médico no sea quemada en la plaza pública acusada de brujería. ¿Contra quién se están rebelando los que siguen estas prácticas? En primer lugar contra las malas costumbres de los propios pacientes, ávidos de pastillas, la persona mayor, cuyos males están en su mayor parte en su propia cabeza, acude a la consulta quejándose de sus dolores y pidiendo que escuchen sus penas, se encuentra con que no le recetan nada y se marcha frustrado; no le han escuchado más que los latidos al tomarle la tensión, eso con suerte y si no hay retrasos. Si protesta, le recetan. En segundo lugar contra el culogordismo de muchos médicos que cuando oyen una tos se alejan parapetándose detrás de su bata y esgrimen el bolígrafo y el talonario de recetas cual espada y escudo fuesen y así defenderse del enemigo desconocido. El tercer flanco es el de los intereses de los laboratorios farmacéuticos y de los despachos de farmacia, unas pescadillas que se muerden la cola doblemente. Dependen del sistema sanitario para poder mantener sus niveles de investigación y de diseño de productos que sean lanzados al mercado y el sistema sanitario, los propios médicos dependen de ellos para que los pacientes les duren vivos más tiempo. Ahí comienza la espiral que nace en el investigador novato al que se le predispone a la búsqueda de los remedios que atenúen las enfermedades más comunes, que sean más baratos de producir, que se puedan vender a un precio más caro y que termina en el pringado del visitador médico que hace pasillos, hace la pelota y reconforta económicamente al corrupto que se deja consolar con un viajecito o un congreso exótico. Una farmacia no es un negocio tan lucrativo como una buena inmobiliaria en buena temporada, pero su rendimiento es constante y en la mayor parte de los casos con menos requisitos técnicos que cortar salchichón en una charcutería. El sistema de salud ha de ofrecer todos los medios complementarios de educación sanitaria y de mejora de la calidad de vida para que no todo tenga que pasar obligatoriamente por la amoxicilina y el paracetamol como bálsamos todopoderosos. Seguramente tardaremos mucho más aún en dejar de ver al médico como el brujo de la tribu, poseedor de la sabiduría curadora, pero para evitar intrusismos y que los chamanes sustituyan a los escribientes que sólo saben rellenar formularios de recetas y volantes, la Administración ha de facilitar la formación, ampliar, controlar y divulgar los distintos protocolos de actuación entre los médicos, de forma que las diferentes variantes de la medicina natural no sean privilegio de unos pocos.

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