16 julio 2008

La crisis de las corbatas y el pucho de Quintana

La pasada semana muchos trabajadores de la Vicepresidencia de la Xunta recibieron, cual aguinaldo complementario a su paga extra, un sombrerete tipo cowboy. Procedían tales prendas de las merendiñas de Quintana, una especie de transferencia que le quedó al prócer del nacionalismo gallego del pasado de la derecha, llevar a los abuelos de comida campestre acompañada de verbena y pachanga con orquesta Panorama o similar. Nada que objetar a tales eventos si se quedan en el mero ejercicio y disfrute de la convivencia, juerga y alborozo de los asistentes; lo que no es tan presentable es que sirvan para que el candidato de turno se retrate en periódicos, telediarios... y de ahí se devenguen réditos electorales gratuitos. Pero a lo que íbamos, al pucho que resguardaba las calvas de las calores; todos tranquilos, que tienen el buen gusto de no repartir sancosmeiros, sino modernos sombreros sintéticos con, eso siempre, su firma e impronta: allí se dice que el obsequio es de la Vicepresidencia, no llega con el simple anagrama de la Xunta, ha de quedar bien claro que de la insolación y del calentamiento del planeta no les ha librado Touriño, sino Quintana. El otro ejemplo que les recuerdo es el del rifirrafe de Bono con los sincorbatistas. Que a estas alturas el señor Bono se atreva a hablar de la imagen personal de nadie por el hecho de llevar o no corbata al Parlamento me pone los nervios a flor de piel. Esto lo dice el presidente del Congreso después de haber colaborado a destruir la capa de ozono y a la tala compulsiva de árboles la pasada semana vendiendo papel cuché en cantidades industriales a cuenta de no sé qué sarao de famoseo al que asistió supongo que como coprotagonista, por voluntad propia o por exigencias del guión. El motivo de su ira o de su ironía fue la asistencia del ministro de Industria descorbatado al pleno y el consiguiente regalo de un ejemplar de ese resto de la soga con la que se conducía a los esclavos. El ministro Sebastián tampoco goza de mis simpatías, pero he de reconocerle que ha sabido encajar el golpe y tocarle la sensibilidad a Bono, dándole a entender que el ahorro energético no es cosa de cuatro pirados ecologistas, sino que es un deber ciudadano, y correspondiéndole con un termómetro para que se sepa que se derrocha aire acondicionado, es decir, petróleo. Vamos a ver si centramos las cosas, el gesto del ministro Sebastián no va a acabar con el supuesto cambio climático, pero si colabora a un cierto cambio de costumbres, me alegro. Sin faltarle al respeto a nadie y menos a quien considere que el sincorbatismo vaya a ser la panacea del nuevo milenio, Bono representa lo más rancio y conservador que se despacha en estos momentos en la vida política española, independientemente de su carné de partido y de su pose nacionalista. Me fastidia más que un ultraliberal en lo económico como Sebastián, tan de derechas como Bono, sea el moderno que nos instruya a la vez que nos amenaza con los efectos de la crisis. Pero aún así, tengo que estar a su lado un ratito mientras que los tertulianos episcopales destilan homofobia cuando dicen que puede hacer con su cuerpo lo que quiera. Faltaría más, señor obispo, como usted.

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