13 febrero 2007

Ajustes de cuentas

Me horrorizan los peluqueros y los taxistas que se sienten en la obligación de darte charleta mientras trabajan. Nunca fui peluquero, pero, como todos, sí fui taxista accidental de algún viajero poco conocido. En una de estas batallitas transportaba a cierto personaje, autoridad educativa de mediano escalafón. No nos conocíamos apenas, por lo tanto la conversación en aquel breve viaje habría de ser intranscendente. Inmediatamente se dio cuenta mi interlocutor de que no hablo del clima ni del tiempo, por lo tanto dirigió sus pasos hacia la literatura.

Empezó explicándome su teoría sobre la importancia de A esmorga (1959) de Blanco Amor, lógicamente no pude más que expresarle mi admiración por el autor y por su obra, pese a no haberla estudiado en profundidad.

A continuación, y estando yo sorprendido por el tono inquisitivo de sus manifestaciones -éramos conscientes de que pertenecíamos a círculos ideológicos poco próximos- me interpela sobre mi opinión sobre La familia de Pascual Duarte (1942) y su autor. Le expreso mis escasas simpatías por el reciente Nobel, pero admito sus genialidades narrativas, no estrictamente novelísticas. No quería hablar de literatura comparada, pero su insistencia en la dependencia de la obra de Cela de la de Blanco Amor me dejó algo transpuesto.

Faltaba la mitad del camino y había que rellenarla, mi invitado profundiza en otra de sus especialidades: los escritores discriminados, menospreciados, incluso sobre los asesinados. Me avanza su hipótesis, más que su hipótesis, su teoría contrastada con su propia experiencia. Le asombraba, le traía a mal traer que Don Pedro Muñoz Seca, asesinado en Paracuellos y autor de

La venganza de Don Mendo no hubiese sido alzado a los altares de la historiografía de la literatura. Al mismo tiempo, no comprendía que un joven como Federico García Lorca, asesinado en el barranco de Viznar ocupase lugar de excepción en textos y manuales, en las pruebas de selectividad y no sé qué más exagerados méritos.(...)

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