02 enero 2007

Las habas educativas cuecen en Francia y en España (I)

Aquí los sucesivos rebotes del informe PISA y demás protocolos sirven para que no dejemos de hablar las reformas de la escuela, del fracaso escolar y del fracaso de las reformas. Para demostrar que no somos bichos raros es importante saber qué les ronda por sus neuronas a los vecinos del norte y comprobar que no nos diferenciamos demasiado, que allí hay más de lo mismo. Ahora bien, no nos quejemos de la inflación de leyes que también la hay y no nos flagelemos con nuestra preocupación por la igualdad de oportunidades, que también la tienen ellos, sólo que desde un poquito antes, desde su Revolución, la francesa, desde hace más de doscientos años de nada.

Aquí nos quejamos de las múltiples reformas educativas y que quede claro que nos quejamos de vicio, por dos razones, una porque las reformas de las grandes leyes siempre han ido detrás de los cambios sociales y por lo tanto han servido de bien poco y dos, porque no hacemos más que quemar etapas a toda velocidad, cuando nuestros vecinos las han aprovechado a su debido tiempo.

Si hablamos de igualdad de oportunidades, sí que nos llevan ventaja; las revoluciones es lo que tienen, cambian las cosas. Siempre sostuvieron que este principio era fuente de justicia y así implantaron un modelo escolar antiaristocrático, pero siempre cayeron en desigualdades como corresponde a toda buena revolución burguesa. Estaba bien, todos eran ciudadanos, pero había que resolver tanta igualdad de alguna forma y hace muchos, muchos años optaron por el sistema competitivo y meritocrático; el Estado estaba tomando las riendas, hasta entonces en manos de la Iglesia, de la redistribución de los conocimientos y la transmisión de los valores ciudadanos ¿Les suena a algo, un par de siglos tarde? Quizá sea una vieja polémica que nos llega bastante revenida, aquí seguimos con la misma cantinela.

Ellos hace muchos, muchos años que se dieron cuenta de que aquello no funcionaba, que no garantizaba el ideal principio de la igualdad de oportunidades, que estaban ante una frase hecha. El propio Jean Pierre Chevènement, ministro de educación en 1986 pasa revista a la escuela republicana, la que él creía obligatoria y gratuita, la que había proporcionado hasta entonces ciudadanos libres y iguales y se da cuenta de la profunda desigualdad de un sistema que había sido reformado en 1963 por Christian Fouchet, cuando instaura "la carte scolaire", nuestro actual mapa escolar, bastante más bisoño, con las mismas buenas intenciones y las mismas malévolas trampas: 1.- Has de llevar a tus hijos a la escuela que te toque según normas iguales para todos. 2.- Tú te encargarás de hacer las trampas correspondientes para no cumplir la ley: empadronamientos falsos y demás lindezas.

Como pueden comprobar los que hoy se empeñan en defender sus pecadillos administrativos contra nuestro sistema de adjudicación de plazas escolares, no están descubriendo el Mediterráneo. Fouchet buscaba entonces lo que allí se dio en llamar "la competición democrática", quería dar al traste con la "escuela refinería", en la que el estado se ocupaba de sufragrar la segregación y de seleccionar sólo a la élite para los puestos bien pagados, que fuesen ciudadanos con pedigrí. Había que buscar, por lo tanto la "escuela vivero", la que fuese capaz de encontrar lo mejor de cada uno y de darle la oportunidad.

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