23 enero 2007

De los puentes y sus necesidades

Los puentes están de moda. Puede que haya sido otro lapsus linguae, esta vez del alcalde Losada -al que seguramente adornan muchas cualidades y virtudes, pero no es Demóstenes ni Castelar- al mentar la necesidad de los mismos en los alrededores de su ciudad. La verdad es que no sé si hablaba de supuestos puentes con la Diputación Provincial y su presidente, que las malas lenguas dicen que no se hacen ni un cariñito con el móvil; puede ser que pensase en los puentes con los concejos limítrofes, sin trenes, rebosantes de coches y con menguadas líneas de autobús o puede ser que ya estuviese hablando de pactos postelectorales. Por aquí pensamos que tenemos genios, ingenieros a plena dedicación y en permanente servicio público que no se dedican precisamente a levantar innombrables construcciones, dicen que culturales. Espero que los señores alcaldes tengan a bien poner los pies en la ría, de vez en cuando y tender algún puente.

Pero todos se lo han preguntado muchas veces, han vivido crisis y conflictos e, inmersos en ellos, se han visto razonablemente convencidos de que les asistían buenas y poderosas razones para defender sus posturas y han dicho algo así como que por ahí no paso, que ya está bien, que estoy dispuesto a ceder, a transigir, a transaccionar, a tolerar; pero siempre hasta cierto punto. Por eso pienso que no es necesario tender siempre puentes y hacia todos los puntos cardinales. Los tenemos idealizados; pero, a veces, no hacen falta, llega con el puente de plata; no se puede quedar bien siempre y con todo el mundo.

Por ejemplo, en las seis horas de Monte Pío había mucho que tender, trampas, trapos sucios; pero puede ser que la agitación ciudadana no fuese lo suficientemente poderosa e influyente como para que se tendiese un puente de dos ojos que mirasen en la misma dirección, a la romana, sin estrabismos y con tres pilares mal cimentados. Estoy convencido de que el Estatutiño no estaba bien motivado, que la municipalidad no veía ni maldita urgencia en reformar algo que no sabe bien para qué sirve; que con qué premuras habría que meterse en tal fregado que desembocará, caso de nacer, en un referéndum de escasa participación para bautizar a una criatura concebida sin ansias, casi por el método Ogino.

Los de las bombas piden puentes, se les ofrecen y los vuelan con sus transeúntes encima. Los otros, los que quieren ser dueños del puente, los que sólo tienen un único objetivo, no aceptan las labores de los pontoneros. Seguramente ambos tendrán sus razones; pero qué hacemos con las nuestras, las de los que seguimos pensando que es mejor cruzar en puente que ahogarse en el cayuco o en el atasco.

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