Por un lado pienso que está bien eso de conocer gente que hable distintas lenguas, siempre nacen amistades, rollitos de primavera, incluso libros de familia numerosa. Sin embargo me preocupa el porvenir de las generaciones futuras de profesores de gallego, si les van a plantar esta especie de esquiroles que trabajen gratis y a la japonesa, no sé qué será de los cursillos de iniciación y perfeccionamiento.
Además no sé quién vigilará estas conversaciones, ya que coincidirán conmigo en que el Vicepresidente está muy preocupado por la lengua que se usa, pero, sobe todo, está obsesionado con la coincidencia de lo que se dice con los contenidos nacionalmente correctos que aprenda el neófito lingüístico.
También veo peligros, y no me tachen de alarmista, para las agencias de contactos, que sufrirán un serio revés comercial por competencia desleal; incluso disminuirán los pequeños anuncios que ocupan las últimas páginas de los diarios.
No sé, tal y como leen, estoy confuso. Me entero de que sólo se permitirán veinte horas de convivencia. No lo entiendo. Quien siga esta columna sabe que nunca se ha abogado desde aquí por el adelgazamiento de las competencias públicas, pero creo que en este caso la Vicepresidencia de las buenas intenciones está extralimitándose y constriñendo mucho las posibilidades socializadoras de este grupo de voluntarios catequizadores de la lengua propia. Creo que deben dejar el libre albedrío fluir sin caínzas, que florezcan mil posibilidades y que se lleve al gato al agua el miembro de la pareja más persuasivo y hábil en el uso de su lengua.(...)
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