11 octubre 2006

La guerra de los mundos: poetas y tiburones

Soy aquel que no quiso recurrir al recurso del silencio cuando ya no quedaban palabras por aquí"
José Caballero Bonald. Manuel de infractores
Ha sido una semana de poesía y de zarpazos, de poetas y de opas. Fue la búsqueda de lo improbable y el anuncio de lo ya asimilado. José Caballero Bonald fue reconocido con el Premio Nacional de Poesía por su Manuel de infractores, poeta de los 50 que cumple 80 con su premio a un libro que prometió no escribir, como nos lo anunció en La costumbre de vivir. No pudo resistir las tentaciones ni, menos aún, las provocaciones. Un libro "que tiene algo de testamentario" y en el que el autor defiende la insumisión, el descreimiento y la incertidumbre. Una especie de "apología poética de la desobediencia, de la insumisión", afirma el escritor en declaraciones a Efe. Si se acercan a él por primera vez se encontrarán con un poeta de los que se entienden. Con 134 poemas sólo aptos para rebeldes, para gentes que hayan visto la felicidad, aunque sea fugazmente y, sobre todo, para quienes hayan empezado a no reconocerse cada mañana en el espejo, porque no les gusta lo que ven, que hay que cambiarlo. El paso del tiempo, otra preocupación: "¿Dónde estoy, / dónde estaba, qué hago, / quién se parece ahora al que yo fui, / cómo se llama el que yo era? / Me desconozco..." Son los poemas del que no se arruga, tampoco ahora: "una nueva emoción a cambio de la vida" y que orgullosamente proclama: "soy aquel que se jacta de haberse equivocado / cuando con más facilidad pudo impedirlo". Aquí pueden resguardarse y defenderse estos días de calvos y joves y, seguramente, de sus seguros tiburones benefactores. Aunque tenga los oídos taponados por las diatribas que buscan y rebuscan en el capital do país. Aunque tenga el circuito cerebral correspondiente ya saturado de mensajes que digan que "non se pode vender o país" y que no se encuentren por ningún lado euros do país, porque hasta el aprendiz de broker más tonto tiene claro que las bolsas de suelo están donde están, aquí no, y el mercado de las conservas no tiene por qué tener el ombligo en Carballo, para vender el atún en Río de Janeiro. Aunque los maledicientes de siempre se preocupen sólo de intoxicar al personal con la especie de que la culpa de todo es del gobierno que mantiene en vigor el impuesto de sucesiones y transmisiones patrimoniales, cuando todo el mundo sabe que este sólo lo pagan los de siempre, los pringados que heredan la leira, que las fortunas ya tienen la ingeniería fiscal suficiente para desviar patrimonios y beneficios presentes y futuros. Pese a todo vuelvan a este, que es un libro de calle, de leer en alto, no una pancarta, pero sí un permanente manifiesto, puro, denso, directo, barroco por vocación: (...) Y allí mismo, detrás de la estrategia irrevocable del terror, ¿no escuchas el sanguinario paso de la secta, la marca repulsiva del investido de poderes, sus rapiñas, sus mañas, sus patrañas? Atroz historia venidera, ¿en qué manos estamos, cuántas trampas tendrá que urdir la vida para seguir viviendo?

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