26 marzo 2013

Homenaje al cuento

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Este folio, como tantos, llega tarde; hace pocos días nos dejó Medardo Fraile, quizá uno de los mejores prosistas de la generación del 50, que no disfrutó en vida del reconocimiento ni del estudio y difusión que merece su obra. El pasado día 8 fallecía en Glasgow, ciudad y universidad que le acogieron desde 1964 después de haber publicado tres volúmenes de cuentos (Cuentos con algún amor, A la luz cambian las cosas y Cuentos de verdad), tres años en Inglaterra y después ya Escocia, la enseñanza y la literatura, el cuento, la narración breve, una novela (Autobiografía) quizá para demostrar que podía aceptar el reto de otro género y más cuentos Escritura y verdad, cuentos completos (Editorial Páginas de Espuma).
¿Por qué ese olvido? No estoy seguro, quizá en su momento valoramos a los narradores del 50 por su compromiso con el realismo social, muy politizado, valorando el riesgo; no creo que hayamos sido injustos en ese juicio, pero nos quedamos cortos al no reconocer al realista sin extremos, al de la clase media ¿había clase media?, al realista del fino humor, de los cuentos morales, de costumbres, de aleccionamiento.
Evidentemente una cosa era la épica que relataba la vida de los pescadores en situaciones límite como en el Gran sol de Aldecoa, que te sobrepone, te excita y las descripciones son flechas que te atraviesan de indignación y rebeldía y otra cosa eran los cuentos de asunto escolar protagonizados por profesores o alumnos, recuerdos de infancia?
La guerra estaba presente siempre, de forma más o menos explícita, Fernández Santos, Campos? en Medardo Fraile esas menciones a las claras son mínimas, pero sí sabemos que sus personajes viven, sobreviven, antes y después del trienio de la guerra.
No hay héroes del pueblo que contraponer a los señoritos triunfadores, hay pueblo llano de vida dura y triste contada con cierto humor, con un humor que nunca deja lugar a la sospecha de la burla, es el humor del respeto, tanto en el muy frecuentado Madrid como escenario, como en el campo seducido por la huida al cemento.
Es el hombre del sarcasmo en el cuento de su tiempo, "La estuvo mirando tres minutos; dos de ellos los dedicó a la nariz".
Cuando Medardo Fraile describe un bar nos ofrece más bien la ausencia del bar, todo lo externo, aparentemente inexpresivo que puede sobrevolar la escena, aparece, todo menos la realidad del bar. Nos distrae del supuesto objetivo realista, del centro de atención lógico. Puestos a comparar hay quien sitúa a Fraile, con Julio Cortázar o Jorge Luis Borges, en un marco teórico del cuento poco tradicional, que ha buscado su seña de identidad creadora; sus sentencias son claras y demoledoras "el cuento no debe ser excesivo ni en la diversión ni en la tragedia", quiere que su cuento "guarde algo de risa, aunque sea dentro de una lágrima"; "El cuento dice algo tan esencial que se convierte en una gota de sangre en el lector".
Por ejemplo, en Ojos inquietos una pareja madura que sale al cine el sábado, para él la película es una simpleza y ella, al regreso, en la puerta de casa se cruza con los ojos inquietos que le hacen remolonear buscando en su bolso, quizá, lo que ha visto en la película, quizá lo que desea "la lamparilla juguetona, viajera, de un deseo vago" "el pedazo de sábado que le faltaba".

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