06 septiembre 2011

Referéndum, transición y otra novela

No me gustan los referéndums, los gana casi siempre el mismo que los convoca. Desde el vago recuerdo de los franquistas, incluido el de la Reforma Política, hasta llegar al que ratifica la Constitución del 78, me suenan a manejo de la opinión pública. En algunos casos porque hay cosas que no se deben plantear a votación, en otros, como los de gusto suizo, porque me parecen intranscendentes y suelen darle a la población una sensación de ¡ay, que buenos son mis gobernantes que me lo preguntan todo! Pero preguntan chorradas sobre los bozales de los canes o indignidades sobre inmigrantes.

En resumen, no me gustan porque son manipulables (alguien me dirá como las elecciones, no, mucho más) son como esos reportajes de preguntas breves, en medios distintos, en los que se plantean preguntas a los viandantes del tipo de ¿quiere que gane su equipo la liga?, ¿Quiere ser feliz? Tengo peor recuerdo del referéndum de la OTAN, aquel que montó González para legitimar su cambio de postura después de un golpe de estado no tan frustrado, me indignó como siempre el voto del miedo, ¿cómo se podría votar contra los militares, contra los americanos, contra Europa? A muchos ciudadanos les hervía la sangre por tener miedo a coger la papeleta del NO, porque serían responsables del caos que nos sobrevendría, al que llegaríamos si le llevábamos la contraria a los poderes fácticos en aquella consulta.

Era todo resultado de una transición mal rematada, era una Constitución de coyuntura, para una generación, pero que salía del horno mal cocida, con las vergüenzas al aire y sabiendo que en pocos años precisaría de prótesis y muletas; las tiene prescritas y recetadas desde hace años, pero nadie le mete mano al problema del acceso de la mujer al trono, al problema del propio trono, al senado, a la revisión de las autonomías... múltiples achaques que todos vemos, pero que aún no nos vemos maduros para solucionar.

Estos días estará de moda la reforma constitucional exprés, pactada por los grandes y teledirigida por los más grandes financieros en la que se impone, democráticamente, pero se impone una ideología económica que impide el desarrollo del estado social que ampara la propia constitución y limita la acción política futura de aquellos que se presenten a futuras elecciones. Otra transición mal acabada. Para quitar el mal sabor de boca de estos días y sin salirme del tema, les propongo otra novela Todo está perdonado de Rafael Reig, quien la define "como una especie de parque de atracciones donde te ponen una pulserita y te puedes montar en todo" se mezclan humor, acción, política, investigación policial y hasta fútbol. Se narra la historia de una saga poderosa, los Gamazo, que tiene como meta estar siempre entre los vencedores, sean quienes fueren, desde que ganan una guerra hasta que tratan de diseñar a sus descendientes para que ganen la paz, la transición, se van preparando progresivamente para seguir obteniendo beneficios de la democracia futura; la tortilla puede darse vuelta: hay que estar listos para seguir comiendo de ella. Evidentemente la ironía está presente, ya en el título. Un personaje insólito, como el detective Carlos Clot, nos llevarán a su mundo de alcohol, cirrosis, soledad y desencanto, desde el cual intentará descifrar la muerte de Laura Gamazo, deberá descubrir quién está inyectando veneno en las hostias consagradas que se venden en las máquinas expendedoras (¡una de las tantas locuras imaginativas de Rafael Reig!). Pasamos de la risa a la rabia, de borracheras nocturnas a amores cursis rodeados de canciones de la época, ingrediente imprescindible para los detectives; no es un libro de verano, pero resulta refrescante y te deja con ganas de más.

www.lafelizgobernacion.blogspot.com 

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