21 diciembre 2010

Estado de alarma y ´vivan las caenas´

Lejos de nosotros la funesta manía de pensar" o "Lejos de nosotros la novedad de discurrir" -circulan las dos versiones-; con estas frases el claustro de la universidad de Cervera (Lérida) creía interpretar el sentir del pueblo municipal y espeso y así se manifestaba ante el rey contra la libertad y reclamaba mano dura; eran los comienzos del XIX y el influjo europeo comenzaba a traspasar los Pirineos, el inexplicablemente deseado Fernando VII saltaba de orilla a orilla del pensamiento optando por las de cal y el respeto a los incipientes derechos ciudadanos o las de arena y el suministro de leña y represión; no sin razón ha pasado a la historia, junto a su padre, como uno de los reyes más nefastos de la historia de España. Dentro de muy poco celebraremos los 200 años de tales acontecimientos, veremos a ver en qué marco incomparable nos acoge la efemérides. No es hora seguramente de hacer el seguimiento de los despropósitos cometidos a lo largo de este tiempo a la luz de tales sentencias, sino más bien de la repercusión que hoy tienen o puedan tener. Dejando claro que la faena de los controladores es un delito de tamaño natural, las meninges seguramente dictan a todo ciudadano de bien que todos los males que les ocurran a los desalmados, que dejaron a medio millón de personas descompuestas y sin viaje, son pocos y benévolos. También queda claro que semejante atentado no ha de quedar impune y que el peso de la ley tendrá que recaer sin piedad sobre todas y cada una de las cabezas según su grado de responsabilidad. No me gustan los uniformes, los de los militares o los de los colegios de monjas, los de los camareros o los de los recepcionistas, ni siquiera echo de menos los de los serenos o los de los acomodadores del cine; evidentemente tengo que convivir con ellos y soportar su utilidad dentro de su ámbito, pero no me queda otro remedio que controlar la ansiedad cuando uno se acerca. Quizá sea por eso que me costó digerir la presencia de militares en las torres de control, seguramente fue la solución imprescindible en una situación de urgencia; quizá no quepa duda de que, ante el reto de los que aprendieron ese pseudosindicalismo con Alcapone y la escuela de Chicago, el estado no podía haber reaccionado de otra forma; pero días después, cuesta digerir que ese mismo estado no tenga otros mecanismos de disuasión distintos del estado de alarma, para que estos sujetos no se pongan otra vez a España por montera, es difícil sostener que en un país cuya legislación mantiene varios millones de parados, hombres y mujeres que en alguna ocasión tuvieron un empleo, que lo perdieron por causas económicas, disciplinarias o, simplemente, porque al señor patrón le salió su despido de las narices, por ejemplo, no haya ley civil que disuada a los salvajes de faltar al trabajo sin razón porque no hay nadie que se ponga en su lugar. Mis cautelas hacia la renovación del estado de alarma nada tienen que ver con los que alimentaron y avivaron el conflicto sin cesar, sino porque ellos mismos serán los que no duden en reclamar soluciones similares cuando colectivos de salarios míseros acudan a la huelga legal para mejorar sus condiciones de trabajo. Si abrimos la espita, pronto se pedirán cadenas para todos, por discurrir. www.lafelizgobernacion.blogspot.com

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