17 marzo 2009

¿A sastres nos comparáis?

Cuando lo erótico y lo pornográfico se vuelven a poner de moda es que andan los sastres de la política rondando por ahí. Los que le hacen un traje al prójimo en menos que canta un gallo. El jabón, el jaboncillo de sastre, me quedó siempre gravado como un artilugio mágico, aquella especie de tiza que marcaba y no estropeaba ni manchaba las telas. Los patrones, aquella suerte de planos incomprensibles para los mortales que servían de base a los sastres para componer las armaduras de los ternos impecables, aunque los chalecos hayan desparecido casi del terceto clásico, aquellos hilvanados de montaje y desmontaje que nunca fallaban, siempre a punto para los ajustes precisos para que los desavíos anatómicos del cliente se viesen hábilmente camuflados. Personajes admirables, sin duda alquimistas de la estética con muy pocos ayudantes, siempre ellos guardianes y responsables de la intimidad, del desnudo del cliente. Sin embargo Quevedo, en El alguacil endemoniado, nos habla de los sastres, nos cuenta impresiones y convicciones, cabalmente haciéndose eco de lo que observaba a su alrededor y nos deja perlas tildándoles de personajes indeseables incluso en el infierno, aquellos no sólo peores que los demonios, sino que hay tantos en el infierno que es imposible no darse con ellos, la cosa más vil del mundo, la mayor leña que se quema en el infierno. Sin duda hay leyenda negra. A estas alturas Camps, el presidente valenciano, puede estar dudando entre usar el traje nuevo del emperador y pasearse desnudo o reafirmar a su sastre como hombre de confianza. En todo caso el asunto trae dinero por medio; antes los sastres perseguían en los tebeos a sus deudores ahora son sus honorarios los que persiguen a sus clientes por mor de quien sufraga las facturas. De tanto taparse, de tanto cubrirse de lujosos paños bien cortados, el desnudo se muestra en toda su integridad, con citas a escondidas y secretos inconfesables. Lo incomprensible es que sus seguidores, fans y clientes sigan mirando para otro lado, seguramente es ese afán conservador que anima a la búsqueda del mal menor el que les consuela o el que les tranquiliza esa conciencia y les da pie a soltar sus ansias depredadoras sin control para desvalijar al prójimo sin el menor pudor. Sí, es cierto que, aunque no parezca verdad, la reflexión moral empieza a calar hondo en la sociedad actual, como en todos los momentos de crisis profunda. Por un lado están los que ante las desgracias compartidas buscan el apoyo, para darlo, para ofrecerlo, buscan la solidaridad para ejercerla y por otro los que no se cortan a la hora de mostrar sus desinhibiciones, de compartir sus desnudos y desvergüenzas bien vestidas. Parece que habrá que volver a darle la razón a Celaya: "Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo, estamos tocando el fondo".

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