30 mayo 2006

Jueces y escuelas a la carta

Cuando sea mayor yo quiero escoger juez, un buen juez que imparta buena justicia a mi gusto, tener uno de cabecera y, a ser posible, que sea privado concertado. Además quiero tener la posibilidad de hacer mis pequeñas o grandes trampillas para que me toque el que me pete, el que fallará a mi favor cuando tenga una bronca con el vecino por culpa de mi perro, para recurrir una multa o si me despiden del trabajo. Hay que tener amigos hasta en el infierno, asegura el dicho popular. Claro que todo es un sarcasmo, pero viene a cuento de lo que muchas veces tratamos en estas líneas, la matriculación de los críos en las escuelas. La semana pasada en estas páginas se justificó la trampa para matricular a los hijos en la concertada y en ciertos centros públicos. Hubo lamentos porque los padres hubieran tenido que mentir y falsear censos, rentas, minusvalías y lacrimógenos motivos varios para conseguir que sus hijos se mezclasen en la escuela sólo con los de similar cuenta corriente, religión, raza, incluso, sexo. Se justificaron todas las argucias ilegales para conseguir un buen fin. La sabiduría popular lamentablemente siempre dijo que la caridad bien entendida empieza por uno mismo. (...)

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