Continuaban los disparos dentro del Congreso.
Se oían vidrieras rotas y cristales
cayendo en los alrededores.
-No hay que alarmarse, caballeros.
Se trata sólo de un simulacro patriótico
para restaurar prestigios deteriorados.
-¿Qué quiere decir?
-Que no habrá difuntos.
¡Nada de fiambres en esta memorable jornada!
[Ramón J. Sender. Chandrío en
la plaza de las Cortes´, octubre de 1981]
Eran compañeros de trabajo y sólo eso, relación profesional y tensa. Alguien podría decir que ni siquiera se conocían. Nunca se habían llevado bien; vamos a ver, siempre se habían llevado mal, no se podían ver ni en la punta de la escopeta. Aquel anochecer inestable, un 23 de febrero hace 25 años, le conoció de verdad. Sólo sabía de él que había tenido problemas de estudiante revoltoso, que seguía en las mismas en el trabajo, sabía que discutían, sabía lo que pensaba, sabía que se opondría a todo lo que propusiese, que no estaba de acuerdo con él en casi nada; pero pintaban bastos y su compañero no se merecía nada de lo que pudiera pasarle.
No es que tuviese el corazón partido entre el bigote cuartelero en blanco y negro que aparecía en la tele y su incómodo compañero, sino que se dio cuenta de que aquel delincuente que hoy cultiva aguacates en Marbella era un indeseable inconsciente ansioso por recuperar el tiempo perdido, para ser feliz. (...)
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