Dice
Pepe
Carvalho
en Asesinato
en el Comité Central
:
-
Me
apunto a la subversión de los imaginarios.
-
Y las otras subversiones?
-
Ah, pero hay otras?
Tengo
familia muy cercana que es catalana, es decir, que tiene vecindad
administrativa en Cataluña, allí está censada, vota, paga sus
impuestos, aprende catalán por vocación ciudadana y filológica;
mas creo que su actividad laboral se desarrolla, sobre todo, en
inglés con acento americano. Según cuenta, lo poco que cuenta, se
ha asentado bien salvo por los excesivos precios del alquiler de la
vivienda por culpa de las redes con esos eurazos desorbitados para
los turistas y los especuladores buitres. Supongo que está más
feliz que en otras épocas en las que la explotaron más los
americanos; pero ya saben, nunca se puede saber todo lo que se quiere
saber.
No
me consta que haya leído tanto como yo a Vázquez Montalbán y me
gustaría que se pusiese en su piel tantos años después de su
prematura muerte sin haber recibido una mísera Cruz de San Jordi,
medallero al que nunca aspiró, después de haber puesto a Cataluña
en el mundo con todas sus faenas periodísticas y literarias; sus
batallas no eran de ese mundo, vivió, trabajó, habló catalán, fue
a la cárcel como rojo catalán -como su padre- y hoy formaría parte
de los traidores que defienden la convivencia y la estabilidad
política, independientemente de la cuna de cada uno, fuere cual
fuere su lengua o su continente de nacimiento. Creo que seguiría
siendo un charnego para toda esa masa vociferante que trata de
expender carnés de catalán convergente e independentista. Algo que,
en principio, no es muy vendible. Si yo tuviese un producto trataría
de tener los máximos compradores, no le voy a poner puertas al campo
de mis clientes, pero hay gente pa
tó,
le dijo el torero al filósofo.
Hoy
su ironía estaría a disposición de los que denunciasen la
aznaridad, algo que va mucho más allá del aznarismo, puesto que
sería beligerante, también con el pujolismo, con esas ansias
convergentes de huir hacia adelante en los casos de corrupción con
Màs, con Puigdemont y ahora con Torra. Todos con un resultado
electoral discreto sin poner las cartas boca arriba.
Hoy
parece que para ser catalanista de verdad, como Manolo Vázquez
Montalbán, hay que llevar el escapulario del mártir Puigdemont
en la camiseta y defenderlo a muerte, sostener que su televisión es
la única verdad verdadera como hace Agustí Colomines, su ideólogo,
aún no sé cómo un intelectual de su talla no tiene garantizado los
tratamientos médicos para saber de verdad qué sucede en su cabeza.
En
la cárcel de Manolo Vázquez Montalbán no había ruedas de prensa
ni podía presentarse a las elecciones. A fin de cuentas allí aún
no comprobaba que el fútbol es la religión diseñada en el siglo XX
más extendida del planeta y así seguimos.
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