www.laopinioncoruna.es/opinion/2018/01/02/eufemismo-metafora-engano/1249865.html
La metáfora nos resulta
clarificadora o puede hundirnos en la ignorancia. No sé si sigue viva la
polémica que comenta el romance Álora, la bien cercada; si el poeta habla
del cortejo amoroso a una dama o de la descripción del cerco a la localidad
malagueña; la solución queda al librepensamiento del receptor; pero el autor no
trataba de provocar ninguna suerte de burla o engaño.
También son antiguas
las refriegas internacionales; "el vicio inglés" florece en la época
victoriana como tortura infantil golpeando las nalgas escolares con la vara y
seguir en las prácticas sadomasoquistas. Asimismo recuérdese que a la sífilis
se la llamaba "mal francés" o "mal español", según el lado
de la frontera que ocupara el paciente o se hablaba del mal de Hansen para
referirse a la lepra.
Si el gobernante nos
habla de "reacomodamiento de precios de la electricidad" enmascara la
subida supina de los mismos; lo mismo que si menta la "flexibilidad
laboral" en lugar de despidos más baratos o aquellos "daños
colaterales" de trágico recuerdo.
¿Cuál es el verdadero
poder que tienen las palabras; que se busquen expresiones para usarlas de otra
guisa? Es viejo el tópico de que lo que no se nombra no existe, se rebautiza la
realidad para hacerla más aceptable y, así, modificar la mala percepción que
produce. Sostengo que el español de América es más original, y quizá brusco, al
usar eufemismos; recordemos la fuerte polémica suscitada en Chile cuando en los
textos escolares se quiso llamar a los gobiernos dictatoriales de Pinochet como
"regímenes militares".
Allí se han inventado
conceptos disparatados como "crecimiento negativo", los ricos no
tienen "problemas", sino "desafíos" o "retos" y
los mendigos que rebuscan papeles, cartones y otros desechos en las basuras son
llamados "recuperadores urbanos".
Hay quien considera que
los eufemismos son una variante de la ironía, que suavizan más de lo que dicen.
Son a la comunicación lo que la sal a la comida; pero el problema tiene que ver
con el sentido de un discurso, que no está en el discurso mismo, sino en la
diferencia entre lo que se dice y lo que se podría haber dicho y no se dijo. Un
orador religioso tendrá que elegir, para conmover a sus seguidores, entre
describir las delicias del cielo o los horrores del infierno.
Pasará a las antologías,
no del eufemismo ni de la metáfora, sino del engaño, el presidente Rajoy, no
sólo por sus trabalenguas, sino por sus hilarantes mentiras como la del
"crédito blando" para hablar del rescate bancario o la última del
viernes pasado del "gobierno no democrático" para referirse a la
dictadura franquista y postularse como sumo hacedor del bienestar y la única
garantía de supervivencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario