14 octubre 2014

Escándalo, es un escándalo

http://www.laopinioncoruna.es/opinion/2014/10/14/escandalo-escandalo/888336.html

"El pantano siempre visto de reojo por los vecinos como lugar insalubre, infeccioso, agua estancada de la que hay que desconfiar, líquido que se calienta y corrompe al calor de la primavera y ya no se lava hasta que llega la gota fría de otoño"
"El mar limpia, oxigena, el pantano pudre. Como la guerra, la comisaría y la cárcel"
Rafael Chirbes En la orilla
Evidentemente no estoy promocionando a Raphael, que no precisa de mí para vender música, ahora que es ídolo en los festivalesindie? no me pregunten qué es eso, no he indagado mucho, pero tampoco me quita el sueño. En todo caso estoy más cerca del desencanto que nos abrió los ojos a muchos en el tardofranquismo ofreciendo, en público documental, el ajuste de cuentas en la familia Panero.
Está claro que estoy refiriéndome a un escándalo que tapa otro escándalo y no sabemos dónde está el límite de los escándalos; Bárcenas ya nos parece un dinosaurio y la Gürtel es casi contemporánea del mago Merlín. Parece que cada uno va tirando de su hilillo y deshaciendo el ovillo; eso sí, siempre dosificando las filtraciones y que no le quede a nadie menos de un as en la manga, por lo que pueda pasar. Hay daños colaterales en toda esta historia de los dineros despistados, es inevitable ¡qué le vamos a hacer!, tratan de consolarnos. A jueces que no tocan la misma partitura, desentonan, les va mal en este escenario, y al pobre can, sospechoso del ébola, mejor le hubiese ido si fuere un perro policía para detectar sustancias prohibidas.
Grandes y pequeñas miserias surgen por doquier, son como las que relataba Rafael Chirles en Crematorio y las que siguen en la imprescindible y actual En la orilla (Anagrama 2013), que ya acumula otros cuatro premios, además del Nacional de Narrativa del 2014; seguro que les pasó lo mismo, que la reposaron para conseguir digerir todo lo que nos cuenta.
Leer todos los días en la prensa el abuso de turno, el que toca, como el que lanza un órdago, como el que empuja la primera ficha del dominó para lograr el efecto en cadena, no tiene mérito; llega a producir esa acidez crónica en la boca del estómago y sube por el esófago que no hay almax que la aplaque, pero a la que hay que hincarle el diente sin piedad.
Porque es la España de hoy, nacida de las ciénagas de antaño, la gran metáfora de la novela; la España del discurso de la codicia, del dinero, de los tiempos de derroche, pero no se ha quedado ahí. El escritor ha ido más allá, ha bajado a las alcantarillas, ha escarbado en el lodo del pasado para hallar los orígenes, lo que se esconde detrás del telón, en los oscuros túneles de la Historia reciente.
Es inevitable que nos invada el escepticismo después de su lectura y, sobre todo, después de asomarnos a la ventana, el propio autor lo confiesa después de recibir el último premio: "No sé si volveré a escribir de la crisis. No concibo mi escritura con puertos de llegada. La vida es pura lucha, batalla permanente. Y si no estás dispuesto a guerrear, guerrearán contra ti. A mí me gustaría escribir el capítulo del Quijote donde Alonso Quijano y Sancho Panza se reparten bellotas en igualdad, pero sospecho que eso no va a ser posible. Y creo que no lo va a ser en lo que queda de milenio. Así es como percibo yo las cosas".


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