14 junio 2011

El Cristo de la vega

Hace pocos días, un compañero extremeño, discreto, siempre alerta aunque no lo parezca, silencioso, en un debate trascendente me dijo, para que se oyera, algo así como que cuando el pueblo dice que hay que sacar al santo para pedir agua y el cura dice que no está de llover, es mala cosa. El dicho tiene su enjundia conservadora, pero realista, nos deja en el lugar, seguramente no muy bueno, de los más papistas que el señor arzobispo. Y no me sean malpensados, que el santo del que hablo no es Rubalcaba, ni el cura es Rajoy.




Ya sabemos que este país no tiene mucho remedio; para la crisis, sí, no se me preocupen por los pepinos; pero para el asunto ese del pensamiento, andamos un poco lentitos; si hay que echar una maldición, de inmediato nos acordamos de los patucos del niño Jesús o nos subimos al tejado del pajar para retar a dios a ver si tienen dos asuntos como cualquier hombre y baja a discutir las razones por las que él tiene que soportar un pedrisco que le arruina la cosecha.



La verdad es que creo que fue Galdós uno de los que recordó la clásica imagen de los españoles y los curas, siempre corremos con ellos, unas veces detrás y otras delante. Sin embargo creo que, aunque nos quieran convencer de lo contrario, en la actualidad alguno puede tener las visiones que prefiera persiguiendo sotanas y algún purpurado puede vivir en la paranoia de que cualquiera con pinta de acampado quiere colgarlo del campanario de la iglesia en llamas.



Pero la verdad es que la cosa se va llevando mal que bien en el terreno privado, estamos en época de primeras comuniones, y las catequesis rebosan, o no, y los restaurantes para los convites hacen lo que pueden para captar clientes menesterosos y esclavos de la convención social. Por cierto, y hablando de las BBC, una madre universitaria y cultivada se sorprendía de que las clases de religión no se convalidasen con el catecismo parroquial, porque le estropeaban el horario del fin de semana, le pregunté de qué religión me hablaba, porque en la escuela pública de estos andurriales se impartían, por lo menos, tres distintas. Ante lo cual fuese, y no hubo nada, como dejó dicho Cervantes, a todos los efectos que a servidor le vengan bien.



El caso es que, hablando de cristos, Camps, Cotino y compañía les pusieron uno a los diputados levantinos para que jurasen -los imputados por ser ladrones también- que serían buenos, honrados y se adornarían de los demás atributos predilectos de los próceres de cualquier patria que se precie sin problemas de sastres, gurteles y demás fantasías.



Es una pena que la imagen expuesta a los diputados no fuese la del Cristo de la Vega, aquel que repone el honor de Inés, puesto en duda por Don Diego en A buen juez, mejor testigo:



"Jesús, hijo de María,



ante nos esta mañana



citado como testigo



por boca de Inés de Vargas,



¿juráis ser cierto que un día



a vuestras divinas plantas



juró a Inés Diego Martínez



por su mujer desposarla?"



Asida a un brazo desnudo



una mano atarazada



vino a posar en los autos



la seca y hendida palma,



y allá en los aires ¡Sí, juro!,



clamó una voz más que humana.



Una verdadera pena que no se hubiesen repartido ejemplares de la leyenda de Zorrilla en las tomas de posesión, a lo mejor alguno se arrepentía y se daba media vuelta por miedo al castigo del más allá por falso testimonio.



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