17 febrero 2010

Martes de carnaval y redes sociales

Marte es el dios de la guerra, apoyándose en esa referencia mitológica, Valle Inclán escribe la trilogía de esperpentos Martes de Carnaval, para pasar revista a un código de honor caduco de los militares y, de paso, ridiculizar la actitud de esos supuestos dioses, martes, amparados tras sus uniformes, disfraces que permiten transgredir los límites del buen sentido común y que se les consientan actitudes que a los demás, sin el poder del disfraz, les están vedadas. Seguramente el miedo o el respeto de los chavales a los tradicionales acomodadores del cine de barrio algo tendrá que ver con eso. Que las tradiciones culturales más antiguas, tanto religiosas como laicas, sigan escondiéndose detrás de las pinturas de guerra, de las casullas o de los disfraces de choqueiros, a nadie extraña. En algunos casos es la simple distinción para mantener la superioridad y en otros es la necesidad de la ocultación de un yo para transgredir lo bien visto sacando a relucir otra identidad, otro yo. Está claro que cuando un autor adopta un pseudónimo hace lo mismo, traslada al alter ego, su visión del mundo. Cuando escriben su autobiografía o unas memorias son pocos los casos en los que no encontramos un maquillaje poco disimulado de la realidad y un descarado ajuste de cuentas con sus semejantes y contemporáneos. Altas torres han caído o se han devaluado después de que se exhumasen las verdades escondidas tras la mitología diseñada por el mercado o por la circunstancia del momento. No en vano el refrán de todo el año es carnaval sigue teniendo la vigencia que nadie esperaba en momentos de libertad en los que no habría que tener necesidad de esconderse tras la máscara para expresar lo que se piensa o salir a la luz diciendo lo que se es, sin pudores o recelos a la discriminación. Esa vigencia y esa actualización muchos la están viendo en el éxito de las redes sociales, que ya han pasado de ser refugio de adolescentes, para ser auténticos medios de transmisión de datos, formas de conducta y de vida absolutamente dominantes en la sociedad digital. Comenzaron los jóvenes creando su propia identidad, su otro yo en el fotolog, en MySpace, después en el Tuenti, diciendo de sí lo que les convenía, maquillando su personalidad, contando su aparente intimidad, pero sólo hasta el límite que consideraban oportuno y con la inconsciencia de no controlar la posibilidad de acceso del medio utilizado. Pronto esas redes ampliaron su espectro tanto en lo referente a la edad de sus usuarios como a los temas y formatos, es decir, los adultos se dieron cuenta de que podrían ser otro, que aquello les proporcionaba una nueva vida bajo el llamado perfil, definido y creado por ellos mismos, ya no es un mero disfraz, ya no es pasar desapercibido unos días, tampoco es usurpar personalidades con fines delictivos, simplemente es crear un nuevo ser -aunque conserve rostro y nombre reales-, una nueva identidad con la que relacionarse virtualmente con el exterior, es lo que hace de Facebook o Twitter, los continentes del éxito, el contenido se lo crean sus propios usuarios, transformando la realidad a su antojo, resolviendo contradicciones personales, autocomplaciéndose y teniendo cuidado de no hablar mal del jefe, que también puede estar allí. En resumen, el gran teatro del mundo, casi todos actores y todos espectadores.

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