22 septiembre 2009

Potestas y autoritas, señora Aguirre

Para los griegos potestas es el poder que te viene de arriba, el que se te da para una misión concreta para gobernar o controlar; mientras que la autoritas es el prestigio, la capacidad de liderazgo, el respeto que te ganas. Determinados personajes como el que hoy nos ocupa, tienen mucho del primero, pero poco del segundo. Estoy seguro, porque tengo testimonios de primera mano, de que este curso ha comenzado con profesores y profesoras recibidos en el aula con expresiones de alegría, besos y abrazos; se han ganado lo que necesitan: autoritas. También es cierto que en otros casos los bufidos, comentarios y desazón de los alumnos fueron generalizados; como mucho tienen potestas. Y es que hay de todo, hay profesionales que saben su oficio y por lo tanto se ganan el respeto de sus alumnos y hay advenedizos que sólo saben cobrar el sueldo por pastorear una suerte de ganado muy delicado; los primeros no tienen aquella manida vocación, sino voluntad, conocimientos y buenos oficios, los segundos tienen caradura. Esta pandemia me temo que no tendrá vacunas, tampoco es nueva; que los viejos del lugar hagan memoria para poner en los altares sus buenos recuerdos escolares y olvidar sus bestias negras. Pero llegó Esperanza Aguirre y abrió la caja de Pandora, los profesores en lo alto de la tarima -mejor un cristal blindado ¿no?- y los pupilos, prietas las filas, diciendo buenos días señor profesor y usted lo pase bien, y toda esta payasada para solucionar de un buen golpe dos problemas, el primero el suyo con una buena cortina de humo y el segundo, la educación de su región con sus merlinescos remedios; pero lo malo es que hay veces que los altavoces corrompen y perturban con interferencias los sonidos que reproducen. Por ejemplo, ella da dos voces en Madrid y toda España ha de posicionarse sobre sus ocurrencias; con todo lo que tiene que tapar, y a propósito de que la riada de Pozuelo y sus pijos maleducados en colegios privados de buen tono pasa por el patio de su casa, la liberal de toda la vida se propone pontificar sobre la educación con su ocurrencia de bordar a los docentes con galones, barras y estrellas cual agentes de la autoridad, léase: que gocen del principio de veracidad, como los de tráfico, que su versión va a misa si se contradice con la el conductor multado. Un maestro sólo necesita ese privilegio cuando un adulto, por ejemplo un padre desequilibrado, intenta una agresión o frente a un alumno mayor de edad. En el resto de los casos rara es la ocasión de indisciplina que no puede solucionarse fuera de los tribunales. Por otra parte no hay fiscal en este país que desampare a un profesional de la enseñanza agredido, ya es autoridad, por lo tanto dejémonos de demagogias sobre la enseñanza pública y sus supuestas calamidades, si de lo que se pretende es dirimir en los juzgados los problemas de disciplina de las aulas, patios y pasillos, que vayan reforzando las plantillas de los juzgados y vaciando los despachos de los jefes de estudios. Los que están enlodazando la enseñanza pública no creo que consigan convertirla en un patio de vecindad con somatenes plenipotenciarios

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