11 agosto 2009

Los monos y las monas aprenden

No sé por qué siempre nos machacaron con lo de no tropezar dos veces en la misma piedra, aún a sabiendas de que íbamos a seguir tropezando. Ya va siendo hora de que reivindiquemos que metemos la pata con la mayor naturalidad y que supongo que se trata de algo congénito, natural en nuestra especie de bichos raros. De ser así entenderíamos los calentones que nos dan a todos cuando nos ponemos a decir la verdad sin cortarnos un pelo. Pero, claro, la vida pública y las repercusiones que en ella tiene lo que los responsables deciden es diferente, se supone que los que aguantan de la rosca, los que dirigen el cotarro son lo suficientemente reflexivos, pausados, metódicos como para no causar males. Por ejemplo, a la señora Cospedal se le fue la olla en un recalentón veraniego, harta de que la hubieran dejado de guardia en agosto y pletórica porque los justicias valencianos apoyasen los donativos textiles a su presidente; puede poner al Estado patas arriba y criminalizar a todo su aparato sin pruebas, pero sólo le queda lo que recomienda su amigo Fabra: ajo, agua y resina. Pero siempre hay algo en lo que apoyarse y nos lo acaba de demostrar un estudio que explica por qué el ser humano aprende más de sus aciertos que de sus errores; es decir, que nuestro cerebro aprende de lo que hacemos bien y no de lo que hacemos mal. Equivocarse no sirve de nada, según una investigación realizada por científicos del Instituto de Tecnología de Massachusetts, en la que se constató que dos regiones cerebrales concretas se activan sólo cuando hacemos las cosas bien, y no cuando las hacemos mal. Dado que las áreas activas están vinculadas con el aprendizaje y la memoria, los científicos afirman que sólo aprenderíamos de los aciertos. No les estoy tomando el pelo ni saco a relucir las serpientes de verano, al parecer el profesor E.K. Millar y su tropa consiguieron generar por vez primera una instantánea del proceso de aprendizaje de unos monos, demostrando que las células del cerebro, cuando una acción genera un buen resultado, se sincronizan con lo que el animal está aprendiendo. Por el contrario, después de un error, no se produce ningún cambio en el cerebro ni se transforma en nada el comportamiento de los animales. Todo esto tendría que ver con la plasticidad neuronal como respuesta al entorno, y tendría implicaciones para el entendimiento de cómo aprendemos, y también en la comprensión y el tratamiento de los trastornos de aprendizaje. Yo no sé qué diría Paulov de esto; pero bueno, están los ordenadores por medio y malo será que no tengan razón. En esto estaría pensando el señor conselleiro de Educación para seguir con la barra libre de las subvenciones a los colegios del Opus que diferencian, discriminan y segregan a niños y niñas. Ya se han olvidado de las viejas razones, del pecado original de las mujeres, de su peligro natural y de su incapacidad para ser cabezas de familia, puesto que, por naturaleza, son amas de casa. Ahora ya hay nuevas teorías para justificar la segregación: los monos aprenden del ensayo, del acierto-error y las monas también, pero a distinta velocidad; por lo tanto los monos y las monas han de estudiar separados, o no.

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