05 mayo 2007

El limbo sindical y la felicidad universal perpetua

A mi amiga, su abuela siempre le aconsejó que estudiase mucho, que aprobase oposiciones, que se casase y cuidase a su familia, pero que nunca trabajase fuera de casa, que eso era quitarle el trabajo a un padre de familia y por lo tanto que aumentase el paro. Yo pensé que aquello era cosa propia de personas mayores y muy condicionadas por prejuicios religiosos de antaño (la costilla de Adán y demás mitos). Pero yo hoy les aseguro que eso no sólo lo afirma aquella bienintencionada señora, también lo asegura y sostiene de forma aparentemente científica el doctor José Abellán, catedrático de Riesgo Cardiovascular de la Universidad Católica de Murcia; su supuesta investigación postula y afirma que los sentimientos religiosos y la conflictividad en la pareja son indivisibles, pues las prácticas litúrgicas segregan endorfinas que combaten la ansiedad y, por lo tanto, el riesgo de infarto. Y aún más, asevera el benemérito profesor que el trabajo de las esposas fuera de su casa está absolutamente contraindicado clínicamente ya que fomenta la competitividad entre la pareja y no funcionan los neurotransmisores que reducen el estrés. Por lo tanto, sepa usted que, si su consorte es asalariada, lo lleva claro. Después no me diga que no le avisamos, haberse casado con una que tuviera dinero.

Queda la posibilidad de pensar que el bueno del doctor está en el limbo de los inocentes y que no es responsable de sus sugerencias; pero la cosa se complica más ahora con esto de que el limbo haya pasado a mejor vida. Que la Iglesia haya decidido por su cuenta y riesgo que el tal ente no existe; esto traerá problemas, no sólo a los que bautizaron a sus hijos por convención social, imposición familiar o por el qué dirán en el pueblo sobre el pecado original del niño.

Claro que la Iglesia puede decir lo que quiera con lo del limbo, que hay quienes seguirán afirmando que existe; entre ellos están los sindicalistas del mundillo nacionalista, permanentemente instalados en el limbo de marras, esa situación beatífica, la del que está por encima del bien y del mal y que es poseedor de la verdad, de que nunca irá al infierno sindical ya que siempre predicó la felicidad absoluta y practicó el parasitismo; tienen unos niveles de serotonina angelicales y sus riesgos de ansiedad son ridículos.

Son predicadores obtusos y absurdos como aquel Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, que nos describía el buen racionalista Padre Isla, el que criticaba los discursos vacuos e insulsos, vacíos de contenido y soluciones y a los que, con su correspondiente verborrea, engatusan e ilusionan al personal que se gana la vida en el curre, negociando día a día con el encargado del taller, con el capataz o con el jefe de recursos, humanos o no.

Quizá sea deseable que los trabajadores, especialmente los de la función pública se percaten de un repajolera vez de que apoyando corporativismos irracionales e identitarios se postulan como colectivos amorales, socialmente hablando.

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