www.laopinioncoruna.es/opinion/2017/12/26/hemos-creido-vacunados-sarampion/1248231.html
"El nacionalismo solo permite afirmaciones y, toda doctrina que descarte la duda, la negación, es una forma de fanatismo y estupidez" .
Jorge Luis Borges
Al parecer nos lo hemos de creer, que estamos inmunizados contra el sarampión nacionalista del que hablaba Einstein, esa enfermedad infantil; pero la realidad es otra, cuando un nacionalismo crece, enfrente siempre hay otro que quiere crecer más y más rápido.
Es un conflicto perpetuo y cautivador para los habitantes que se sienten aferrados al terruño, sobre todo aquellos que fueron educados para echar raíces y no para tener alas en todas las experiencias de la vida, sean habitacionales, laborales, lingüísticas, raciales, gastronómicas, musicales, religiosas y demás situaciones ante las que nos provoquen para que nos definamos y no estemos lo bastante hábiles para negarnos al enfrentamiento, por muy civilizado que sea desde que las tribus se daban cera -y seguirán dándosela- porque, tú esta manada ni me la toques, que aquí solo cazo yo, o porque, tú no me mueves el marco de las lindes de mi territorio que ya era de mis antepasados, o no.
A propósito de esto ya decía, también Borges en 1984, que El vicio más incorregible de los argentinos es el nacionalismo, la manía de los primates.
Para él el nacionalismo tienta a los hombres no solo con el oro y con el poder, sino con la hermosa aventura, con la abnegada devoción y con la honrosa muerte. Tiene su calendario de verdugos pero también de mártires. Sufrir y atormentar se parecen, así como matar y morir. Quien está listo a ser un mártir puede ser también un verdugo, decía en 1961.
Estamos saturados, incluso intoxicados, de mártires, de víctimas y verdugos; preparémonos porque vendrán más tardes y serán más duras. No hablemos de violencia física, porque la habida es más soportable que otras que padecen las mujeres violadas y asesinadas, los infantes sobados por pederastas o los trabajadores acosados por las regulaciones de empleo, en la puñetera calle con una mano delante y otra detrás.
Esas tardes de antecampaña, precampaña, campaña, reflexión, votación y posverdades mentirosas que nos han proporcionado las fuerzas políticas participantes en el juego de tronos que ha terminado, por ahora, el 21 de diciembre, ha enfrentado a los dos nacionalismos hegemónicos en territorio catalán y, de rebote, nos han contaminado a los que no hemos tenido derecho a voto ni a pataleo; pero que seguiremos sufriendo las consecuencias de sus irresponsabilidades. Las de esos mártires y verdugos, personalidades simétricas e intercambiables que nos llevan a sufrir claustrofobia por su egoísmo ante el vecino con ciertos rasgos diferentes a sus normas, a su uniforme visión del mundo, cada vez más próximas a las religiones.
Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos. / Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo / cargado de batallas, de espadas y de éxodos / y de la lenta población de regiones / que lindan con la aurora y el ocaso. (Borges, 1966)