13 abril 2010

Leña hasta que aprendan

Creo recordar que fue el hispanista Gibson quien en los primeros 80 publicó El vicio inglés, un refrescante volumen en el que se regodea recordándole a sus compatriotas que se comportaban como auténticos sádico-masoquistas en las escuelas y en las familias golpeando con soltura a las criaturas y aplicando así la única disciplina que les cabía en la cabeza desde la era victoriana. Claro que el nombrecito se lo ponen los franceses en venganza de que se les culpe siempre del llamado mal francés referido a las enfermedades de transmisión sexual. Polémica nacionalista aparte entre las dos orillas del Canal de la Mancha, parecía que las cosas se habían calmado desde que Tony Blair promoviera la prohibición del castigo físico en los colegios. Incluso más, la profesora Briones hizo público el estudio de los informes emitidos por la Cámara de los Lores en los años 2002 y 2005, para decidir si los padres tienen derecho a delegar la facultad de infligir un castigo razonable sobre sus hijos en profesores de escuelas cristianas independientes. Los padres alegan que este modo de educar a sus hijos es una cuestión de conciencia, un deber sagrado que se basa en el Libro de los Proverbios. Afortunadamente tras el debate, se decide que las sentencias del Tribunal de Derechos Humanos, la ley de derechos humanos inglesa de 1998, el Convenio Europeo de Derechos Humanos y la ley de los niños de 2004 protegen los derechos de los niños por encima del derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus propias convicciones religiosas, limitando también el ejercicio de la libertad de conciencia de estos padres cristianos. No quiero caer en la tentación de extrapolar estos argumentos para comentar ciertas recetas de la jerarquía católica y la patronal de la escuela religiosa sobre la libertad de enseñanza y de elección de centro, pero cuesta trabajo resistirse. También sería muy fácil sacarle punta a los abusos de autoridad que se enmascaran tras los delitos de violación de menores por parte de los clérigos en los que los padres depositaron su confianza -sí, violación y no meros tocamientos-, que encharcan las páginas de los periódicos estos días y ante los que sólo hay golpes de pecho de variados fariseos. Pero como se dice habitualmente, todo es susceptible de empeorar y a la mínima empeora, empezando por el Reino Unido donde de nuevo, con el fin de evitar la disrupción y la indisciplina, el gobierno propone restaurar la normativa que permita a los maestros usar la fuerza a fin de evitar que se perturbe el orden en los centros de estudios. El ministro de Escuelas, Infancia y Familias, Ed. Balls, espera la luz verde para hacer que un uso razonable de la fuerza contribuya a poner fin a una cultura en la que los profesores sin autoridad a menudo queden sin poder para hacer frente a situaciones difíciles. Seguramente habrá que darles la razón a aquellos viejos psicoanalistas que argumentaban contra las chaparretas por su connotación sexual. Cualquiera que haya sufrido castigo físico y mantenga el sentido común mínimamente saludable, no tendrá dudas a la hora de tomar posición frente a estas aberraciones. Para los casos extremos siempre está la justicia, en Cataluña lo hemos visto recientemente.

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